En un mundo sin sexualidad un hombre nace distinto a los demás. Es la lucha de un hombre por descubrir su identidad y quizás la de toda la humanidad; y romper las barreras de la opresión.
Creo que es intenso y conflictivo.
UNIVERSOS DE TERNURA
Desde chico, desde el
mismo instante en que abandoné la incubadora, creí en la existencia de hombres
poderosos. Una clase de hombres opulentos y misteriosos que han alcanzado el
pináculo de la civilización y de alguna manera horrorosa y disimulada manejan
los hilos de nuestras vidas con la jactancia de un líder. Grandes comerciantes,
dueños de multinacionales, presidentes, toda una camada de hombres avasallantes
y codiciosos completamente desconocidos e inalcanzables para la mayoría.
Hombres que no merecen vivir o juntarse con el resto, o que debían habitar en
lugares casi prohibidos. Siempre creí que aquí en “Io”, en esta zona del
sistema solar, entre nosotros, alguien debía ostentar ese poder; y siempre
supuse que lo hallaría donde menos me lo esperaba; aunque nunca intuí
encontrarlo de la manera como lo encontré; ni siquiera en mis peores
pesadillas.
JUNIO DE 2126.
Todo comenzó una noche.
En realidad las noches en "Io" son más holgadas que las de la tierra
y gracias a un ardid arbitrario en el control de la intensidad de las luces y
de los pasillos, la pequeña ciudad minera pasaba de la lobreguez nocturna a la
claridad diurna manteniendo el ritmo acostumbrado de los días terrestres. El
día artificial en que comenzó la tragedia yo descansaba en mi unidad
habitacional que estaba emplazada justo en el centro del complejo de viviendas,
cerca de uno de los monoblocks de refrigerio y zonas de esparcimiento y
deporte. Aunque mi pequeña y claustrofóbica vivienda lindaba con todo lo
referente a diversión y comodidad: no tenía ventanas exteriores y, si no fuera
gracias a que trabajaba en las minas: probablemente jamás vería la superficie
de esta hermosa luna de jupiter. No tendría la oportunidad de sentir lo que
sentimos todos los que no nacimos en la tierra y vivimos en el espacio. Esa
insignificancia ante la oscuridad apasionada del universo, la contundencia del
infinito que nos rodea; omnipotencia que a algunos los excede hasta la
humillación y a otros los engrandece.
En el complejo me
conocían como uno de los habitantes más desordenados, tanto que algunos de mis
conocidos lo consideraban uno de mis pasatiempos existenciales. Aunque a la
ciudad la visitaban constantemente un batallón de robots que acicalaba y
desinfectaba cada rincón con ahínco: en mi habitación no entraban porque yo no
los dejaba entrar. La privacidad era uno de los bienes que más apreciaba. Por
supuesto ese comportamiento repulsivo de mi parte me acarreaba todos los fines
de mes una multa por desorden y suciedad. Sin embargo, como tampoco contaba ya
con créditos suficientes, los encargados de la empresa minera no encontraban
mejor remedio que descontarme sistemáticamente todos los meses sesiones de placer...
y eso me enfurecía. Las sesiones en la máquina del placer eran el
único instante de sosiego con que contábamos los mineros de "Io". De
ahí que prohibirle a alguien ese momento era inhumano. Fue en una de esas
tardes amargas cuando me disponía a bañarme (si a un chorro de ultrasonidos y
espuma desinfectante pueden llamársele bañarse) cuando sucedió lo peor. Días
atrás un malestar extraño en la entrepierna me había fastidiado al caminar,
especialmente cuando me agachaba. Era difícil de explicar lo que sentía; por
momentos parecía un cosquilleo, pero por otros era un dolor punzante. Durante
la noche anterior el tormento no me había permitido dormir con comodidad, por
lo tanto, a la mañana, diluí un cúmulo de analgésicos en el te reciclado de la
base esperando recuperarme para cumplir con mis obligaciones. Sin embargo, la
molestia en la entrepierna no cesaba, y ya me era imposible tratar de no
prestarle atención. Ofuscado decidí escudriñar cuales eran los motivos exactos
de aquel malestar. Presentía que si aquel suplicio continuaban atormentándome
no me quedaría más remedio que hacerme un chequeo físico; actividad que odiada
con todo mi ser. Odiaba meterme en la sala de chequeos y estar rodeado de
aparatos y luces extrañas restregándose por mi cuerpo desnudo. Por lo tanto
decidí auto chequearme yo mismo. Al principio, curioso y con miedo, me palpé la
zona inferior al ombligo. Los humanos contábamos con la posibilidad de elegir
si deseábamos tener o no pelos en la zona abdominal inferior; vello púbico lo
llamaban. Los pocos habitantes que se lo dejaban se hacían dibujos y formas
extrañas en ese bello. Escorpiones, flores, naves y otras figuras como adorno
corporal. A mi juicio era algo enfermizo andar desnudo por los pasillos con
esos dibujos y esos pelos innecesarios y antihigiénicos como si fuera un animal
inferior. Palpé suavemente la zona del dolor y al parecer el malestar no
provenía de la zona abdominal inferior como pensé sino de más abajo justo entre
las dos piernas, en la ingle. Ahí sí el dolor se tornaba intolerante. Salí del
baño como escupido por la puerta y, ensayando una extraña pirueta equilibrista,
me miré en el espejo de la habitación. Ahí observé que me habían surgido dos
protuberancias justo donde terminaba el abdomen. Estas eran morfológicamente ovaladas
y arrugadas. Al tocarlas: la sensación fue nefasta; nunca había sentido ese
dolor en mi vida y al instante experimenté una cierta incomodidad con mí
desnudes. Como no le encontraba explicación al asunto decidí llamar por
videófono a mi mejor amiga Inés, la cual, al verme inmediatamente a través de
la pantalla me dijo:
- ¿Que te pasó Jorge?
Estas Blanco. Viste un muerto.
- Es más que eso Inés,
necesito contarte algo, por favor, vení a verme acá, ¡por favor!
- Pero... en estos momentos pensaba ir a tomar una
sesión de placer no creo que pueda llegar hasta dentro de una hora por lo menos.
- No te parece que
últimamente estas abusando de eso Inés. Yo sé que trabajas mucho y sé que te lo
tenés merecido pero qué hay del juego de "Squash" que venimos
postergando.
- Mira Jorge: no me
gusta que se metan en mi vida, vos lo sabes bien. Sencillamente voy a ir a
verte por que te veo mal, pero un rato, nada más, después voy a conectarme al placer
¿de acuerdo?
Experimenté un soplo de
paz, de alivio, al saber que ella vendría a verme. Cuando éramos jóvenes y
jugábamos entre los enormes pasillos del conducto de ventilación y los jardines
hidropónicos (hasta que prohibieron la entrada) nos habíamos impuesto como
marca de amistad dejar todo de lado al segundo que cualquiera de los dos lo
necesitase. Conforme el tiempo se fue envejeciendo las responsabilidades ya no
nos permitieron una respuesta instantánea, pero hasta ese momento nunca nos
habíamos abandonado. Esperando a Inés imaginé que si esas protuberancias
seguían ahí no me reemitirían realizar algunas de las actividades que más me
gustaban: como tomar sol en el solárium ultravioleta de la base, por ejemplo, o
los campeonatos de lucha grecorromana. Aunque en ese momento me venían a la
cabeza problemas considerados menores por muchos, intuía que de seguir con esa
protuberancia mi vida ya no sería la misma.
Inés llegó más rápido de
lo que yo esperaba. Sabía que tamaña premura se debía solamente a su necesidad
psicológica de conectarse a la máquina del placer. La maquinas del
placer eran el único momento de sosiego que teníamos en Io. Después de arduas
horas de trabajo la empresa te permitía conectarte a estas máquinas donde la
realidad se trastocaba y te hundías en un universo virtual. Aunque las maquinas
ofrecían una extensa variedad de atracciones como turismo, aventuras, juegos,
era en el placer donde más se las utilizaba; en realidad era casi en lo único
que se las usaba. De ahí que los mineros
las llamábamos maquinas del placer. Muchos trabajaban como burros solo para
poder conseguir una sesión de placer. Para otros las maquinas del placer eran
el único propósito de su vida: y, aunque a mi juicio los mejores momentos de mi
existencia los había pasado dentro de una de estas máquinas, solo lo
consideraba un pasatiempo. Necesario, primordial, pero un pasatiempo y nada más.
Exceptuando algún viaje
virtual de vacaciones. Nadie puede expresar con palabras lo que se siente
dentro del placer pero es magnífico y se salé como nuevo. No hay
problema que no se curé con un poco de placer y cariño opinaban los fan de las
maquinas. Probablemente una sesión de placer me ayudará a olvidarme un poco de
lo que me ocurría, quizás hasta salía curado, pensé. Pero tuve que abandonar la
idea para más tarde porque en ese preciso momento sonaba el timbre y el rostro
enojado de Inés me observaba detrás de la puerta.
- Dale Jorge abrime ¿cuál
es el motivo principal de tu apuro?
Abrí la puerta y la miré detenidamente unos
segundos. Inés usaba la ropa apretada y a mi juicio le faltaba músculo como
para llevarla tan ajustada. La mayoría de las mujeres tiene los músculos bien
marcados y son chatas. No todas tienen esas protuberancias en el pecho, ni las
redondeces inútiles del cuerpo de Inés. Inés odiaba las actividades físicas;
pertenencia a un pequeño grupo diferenciado de mujeres que consumían el día
entero inyectándose y cuidándose para mantenerlas grandes. Una total pérdida de
tiempo y créditos a mi juicio. Aquel grupo especial lo componían mujeres que la
mayoría de las veces terminaban viviendo juntas, o por lo menos compartían
entre si las sesiones de placer. Siempre me había causado gracia, la forma de
su físico, aunque nunca se lo había dicho. Pero esta vez la observe. Esta vez,
al mirarla, descubrí una novata sensación en mí. Exactamente, para ser franco,
esas protuberancias magnetizaron mis sentidos, me atraían. Sentía deseos de
tocarlas, de acariciarlas, pero me resistí. Es complicado explicar esos
sentimientos, pero fue una lucha interna engorrosa de superar. Resistiendo el
momento me desnudé y le mostré inmediatamente las protuberancias de la ingle,
con la clara intención de cambiar la atención de mi mente hacía sus hermosas
protuberancias (eso fue exactamente lo que pensé al verlas). Ella observó mi
entrepierna e inmediatamente adquirió una expresión de asco sin parangón, sin esforzarse
en ocultarla. Actitud que me molesto muchísimo. Al fin y al cabo habíamos sido
amigos desde el instante mismo de abandonar las incubadoras y debía mostrarme
un poco de contemplación o aunque sea una gota de piedad hacia mi malestar. La
mezquina luz amarillenta y apacible de los tubos de luz de la habitación
ayudaba a crear una atmósfera de incertidumbre sin parangón y cuando nuestro
silencio ya se estaba tornado en insoportable ella dijo.
- Que cosas más extraña
¿qué podrán ser? No creo que sea una infección, no entran bichos en esta
ciudad. Quizás son hernias. Sí, eso deben ser. Algún esfuerzo físico en alguna
de tus luchas tan varoniles.
Inés palpó con sus dedos
las protuberancias de mi entrepierna. Esa actitud si me gusto. Podría tratarse
realmente de una infección y no una hernia pero, sin embargo, ella actuó, ahí
sí, como una verdadera amiga.
- Son suav...- dijo,
pero en un suspiro le aparte la mano. Increíblemente se me había erguido el
bello del brazo y experimenté un cosquilleo diferente y desconocido en mi
interior. Cuando ella me tocó no sentí el mismo dolor que cuando yo me había
palpado sino, una especie de placer superior a una caricia. Inés me miró ante
la reacción.
- ¿Qué te pasa?
- No sé, realmente no lo
sé, pero será mejor que no sigas tocando, me molesta. - en realidad no sabía si
me molestaba o me gustaba. Inés me prometió que averiguaría de qué podía
tratarse recabando datos en las computadoras de la biblioteca, dado que conocía
mi desinterés a presentarme al chequeo físico.
- Igualmente - dijo - si transcurre una semana
y seguís igual o te sigue molestando no seas tonto y anda a hacerte un chequeo.
Antes de que Inés se
retirara apresurada para su sesión de placer: volví a admirar las curvas
de su cuerpo y experimenté una atracción indescriptible. Era irrisorio. De
ninguna manera podíamos llegar a vivir juntos. Ella me agradaba, es cierto,
pero me gustaba mas vivir con un hombre o con una mujer de las fornidas que, sobre
todas las cosas amara los juegos físicos y no alguien tan dulce y físicamente
inocente como Inés.
Por un momento y por
primera vez en mi vida me sentí como un estúpido por tener esos gustos. Sentí
que había desperdiciado mi existencia pensando de esa manera.
Presentí que mi vida ya
no iba a ser la misma nunca más... Que este sentimiento solo presagiaba el
comienzo de algo mayor, algo demoledor cuyo final me asustaba... si existía un
final.
JULIO DE 2126.
Hacía exactamente un mes
que me habían brotado esas protuberancias en el cuerpo. Crecieron y eran tan
grandes como una nariz. Para colmo otra protuberancia apareció (pues no
encuentro otra manera de llamarlo) en el mismo lugar que las otras dos. Esta
protuberancia solitaria estaba separada de las otras dos. Y tenía unas
dimensiones más alongadas. Parecía, para ser más descriptivos, como si la piel
del abdomen hubiera crecido en su extremo y alcanzado esa forma alargada (como
una extensión) por debajo de la protuberancia, continuase con las dos bolitas
que ahora cuelgan de una bolsa de piel arrugada. Todo lo que me había brotado,
a mi parecer y el de Inés, viene a formar un mismo cuerpo, una identidad
compartida o, en todo caso, la misma enfermedad. Ya no me dolía como antes.
Solamente si me tocaba o golpeaba. Justamente habíamos ido con un grupo de
amigos a jugar al "Squash" e Inés vino a verme. Cada vez que yo
saltaba o me esforzaba las protuberancias en forma de bolitas me golpeaban y
molestaban. Y, aunque no lo crean, a cada golpe de raqueta miraba a Inés
sentada a un costado que me observaba distraídamente y experimentaba una
predisposición a halagarla. Traté por todos los medios de esforzarme en ganar
cada punto con la sola idea de quedar bien ante ella; de parecerle un ganador.
Era una actitud foránea en mí. Ambigua. Después fuimos a tomar unos tragos en
la confitería del domo; la cual se encuentra en un ostentoso domo panorámico
que descansa sobre elevado en un extremo de la ciudad. El domo en si es una
enorme ventana curvada por la cual se puede admirar la descomunal y misteriosa
oscuridad del sistema solar. Al entrar al domo pude ver la ciudad en todo su
alarde de luces de colores, tubos de metal y trenes magnéticos, observe las
estrellas y el lóbrego vacío del espacio circundándonos y abrazándonos. La
imagen la había observado muchas veces pero esta vez me sobrecogió, me sentí
insignificante y al mismo tiempo único. Fue ahí mismo, en uno de los extremos
del domo, con Júpiter magnánimo y anaranjado a nuestras espaldas, que
conseguimos una mesa y apareció una amiga de Inés. Curioso: aquella mujer no
pertenecía al grupo habitual de Inés (las protuberantes). Muy por el contrario:
era musculosa y chata. Sentí repulsión al verla acercarse hacía Inés. Como si
esa demencialidad por los músculos no encajaran en su identidad femenina.
Aunque todos sabemos que no existe una diferencia física básica entre masculino
y femenino. Antes me fascinaba ver como las mujeres y otros muchachos hacían
ejercicio; ver sus músculos en movimiento a través de la piel o esos cuerpos
fantásticos y chatos arrinconados uno al lado del otro en el solárium
artificial. Ahora no. Hasta me agradaba el cuerpo tan curvilíneo, protuberante
y, y... femenino de Inés. La amiga de Inés se acercó a ella y le dio un
abrazo de esos espirituales y sentidos que habrá durado una eternidad para mi
envidia. Miré a la mujer con odio e Inés para colmo me la presentó.
- Te presento a Silvina.
La chica de la que te hable, con la que pienso juntarme.
Me levante y salude a
Silvina apretando desmesuradamente su mano gomosa. Ella me observo anonadada
pero no le dio importancia a mi locura. Nos volvimos a sentar y el recinto se
oscureció empezando a brillar los motivos fluorescentes de las columnas en un
delirio lumínico.
- ¿Ya compartieron la máquina
del placer? - Preguntó uno de los varones hiperdesarollado.
- Si, ayer mismo, y fue
una experiencia genial, las dos estamos en la misma honda ¿saben? No se siente
lo mismo que conectarse por diversión con cualquier otro ser humano. Es
distinto cuando... no se… estas como en la misma sintonía, sos uno para el otro
- Si ya lo sé – acoto el
varón - yo también vivo en pareja, es lo mejor. Y vos Jorge ¿para cuándo? o sos
de los que se pasan la vida con parejas ocasionales.
Yo estaba absorto
observando como el brazo musculoso de la mujer, sobredimensionado por el
espectáculo de las luces y las sombras, tocaba distraídamente el brazo de Inés
y sentía repulsión. ¿Quién era esa para tocarla así? El tipo repitió la
pregunta y le contesté seco, desentendido de la charla: que no sabía
exactamente para que juntarme si estaba mejor así. Terminamos el refrigerio y
nos despedimos. Le pregunté a Inés si esa noche vendría a casa a jugar un
intelectivo y me contestó que no. Igual de terminante que yo.
Aquí en la ciudad minera
de “Io”, como en todo el sistema solar, cualquiera puede conectarse en la máquina
del placer con quien lo deseé con solo pedirlo. Las personas, casi
misteriosamente y sin control alguno: buscan desesperadamente con quien
juntarse y vivir acompañados. La soledad es un mal repudiado en este mundo
tecnológico y de trabajo. Asimismo, en el transcurso de la vida de una persona,
las parejas se intercambian moderadamente. Se dice que cuando compartís una
sesión de placer con la persona indicada es más placentero y relajante. Le
llaman estar en la misma honda. Desgraciadamente, yo, hasta ese momento, o no
había conocido a la persona indicada o era un ser humano poco común. Otra
actividad no tan importante era buscar amistades, (hombre o mujer daba lo
mismo) con las cuales, desde ya, jamás se te cruza por la cabeza compartir la máquina
del placer. Personas que pasan a formar parte de tu vida, la mayoría
esta vez sí, para siempre. Como Inés y yo por ejemplo.
Más tarde fuimos al
sauna. Me sentí incomodo rodeado de hombres y mujeres desnudos en los
vestuarios. Las luces, como en casi todos los vestuarios de la base, casi se
podría decir cumplen la función de delatoras. Las diferencias entre hombres y
mujeres en el aspecto físico externo son ínfimas. Si no fuera por los pechos
(escasas chicas los tienen) y los rostros más suaves y finos no se notaría.
Además nadie ostentaba algo extraño entre la piernas como yo; especialmente
ningún hombre. Todo el mundo mostraba tranquilamente sus partes púbicas chatas,
algunos con bello y otros no, totalmente desconocedores de mi mal. Pasé por el
sauna y observé a una mujer de las diferentes completamente transpirada (una de
esas "fems" extravagantes que poseen las protuberancias bien
voluminosas y carnosas), aunque siempre había visto esa clase de mujeres con
protuberancias grandes en el pecho, jamás me habían gustado ni llamado la
atención, todo lo contrario, me parecía anti estético. Sin embargo esa vez me
detuve a verla con detenimiento, casi con furor. Estaba empapada e
imperceptiblemente se acariciaba con las manos uno de esos montículos el cual
cedía al tacto. Era esponjoso y placentero. Sobretodo así mojada. Las durezas más
oscuras del extremo de esas protuberancias me fascinaron. Por un instante experimenté
un bienestar interior similar al que se siente en una sesión de placer y
sentí vergüenza. En ese instante Inés, Silvina y el muchacho se detuvieron
junto a mí. Pretendían entrar al sauna.
- ¿Qué haces así
vestido? ¿No pensás entrar con nosotros en el sauna? - Me preguntó la loca
musculosa que iba a vivir Con Inés. Para peor estaban desnudos. El muchacho y
la amiga de Inés no presentaban diferencias básicas, ninguno de los dos tenía
bello en el pubis y eran chatos y sin pechos, pero Inés... sus pechos, su cuerpo
suave, redondo...
Salí corriendo. Era
demasiado para soportar.
- ¿Qué le pasa?
- Es que no quiere
desnudarse algo le brotó en la entrepierna y le molesta y le da vergüenza.
- ¿Qué cosa le salió?
- Mira exactamente no sé
qué es, son como tres hernias. Son horribles.
Yo me había escondido
detrás de uno de los armarios y escuché toda la conversación. Nada en el mundo
me dio más ganas de llorar en la vida que las palabras peyorativas de Inés
hacía mi malestar. Como si estuviera degradando mi condición de hombre.
Cualquiera podría hablar mal de mí, cualquiera podría reírse, mirame con asco,
rehuir ante mi presencia, pero Inés no, era demasiado. Nunca me había importado
mucho su pensamiento. Yo sabía que ella me apreciaba y se preocupaba por mí. Un
día podía ganarme en un juego, podía tratarme mal, reírse, pero al otro día
seguiría siendo mi amiga esa es una de las razones que la hace mi amiga. Sin
embargo ya no era lo mismo; su rechazo me dolía en el alma. Y era ese rechazo
el que más me asustaba. Conforme pasaban los días una loca idea rondaba en mi
cabeza… Compartir una sesión de placer con Inés… pero sabía que una negación,
un leve atisbo de duda sería catastrófico para mi corazón...
AGOSTO
Para ese tiempo mi vida había alcanzado cuotas
imposibles de resistir. Las protuberancias no eran una enfermedad común, de eso
estaba seguro, y me sentía un desdichado. A Inés lo poco que la veía era a través
del visor del videófono. No encontraba respuesta a mi problema y la única
actividad a la cual me aboqué buscando un placebo fue a la creación gráfica en
mi ordenador. En poco tiempo creé extraños dibujos de exóticos seres cuasi
humanos. La mayoría de ellos horribles en rostros y cuerpos y en tonalidades
lóbregas y gestos sombríos. Eran un intento estéril por encajar mi enfermedad
en un cuerpo humano y provenían de mis sueños. Por supuesto tampoco encontraba
una explicación para aquellos diseños. Hastiado de todo aquel mal, y en medio
de un ataque ciego de vergüenza, decidí presentarme al chequeo. Tras sumergirme
en los análisis una computadora insensible me explicó que en sus archivos no
halló un problema de piel similar al mío y que, por lo demás, mi salud era óptima.
Nunca había estado mejor. La máquina me aconsejó extirpar las protuberancias
mediante una operación criogénica. Pero yo no acepté y procuré, esencialmente,
dominar mis arranques tratando de no hablar con nadie y usar la ropa lo mas
holgada y discreta posible. Para colmo rehuía el contacto físico. Mis amigos de
años, con los cuales en los tiempos libres reverenciábamos un culto a la lucha
grecorromana, me llamaban a diario preguntándose qué me estaba sucediendo, por
qué razón no iba. Y tanto en los vehículos magnéticos que circulaban vertiginosos
por las minas como, a veces encerrado en los ascensores, algo nuevo y
terriblemente incomodo comenzó a sucederme, a martirizarme (como si fuera
poco): la tercera protuberancia crecía. Si. Inexplicablemente se ponía dura y
enhiesta. De la nada. En esos momentos no sabía cómo apaciguar mi vergüenza.
Por suerte nadie le prestaba atención a esa zona del cuerpo; nadie miraba la
entrepierna de nadie (no había nada para mirar) y pasaba desapercibido. Como
pude sobrellevé los problemas insertándome en la sociedad citadina como un
paria. Deambulando entre los pasillos grises y poco iluminados; hasta aquel
otro día fatídico e indeleble en mi memoria cuando, al llegar a mi unidad
habitacional, una comunicación imperativa me recibió por la intranet:
Señor
Jorge Álvarez. MP 234879. Comunicado interno:
“Se ha encontrado una ausencia premeditada del Minero MP 234879 en la
sección de resarcimiento y placer. Por decisión oficial del directorio
de la empresa, en nuestro carácter de empleadores y tutores temporales, bajo la
ley CMD 37698 inciso 6, y proveyendo desordenes psíquicos y de salud del
minero, nos vemos obligados a:
1) Si en el término de 48 horas el MP 234879
no se presenta a una sesión restauradora de su nivel emocional. Será multado
con 3000 créditos.
2) De continuar su actitud deberemos
detenerlo y realizar los estudios psicológicos y de actitud pertinentes.
Para su salud y
tranquilidad deberá presentarse sin objeciones en el plazo estipulado a partir
de este comunicado. La empresa
Era increíble. Me
forzaban a conectarme a una sesión de placer cuando meses atrás me las
prohibían. Por otro lado era lógico: yo debería ser la única persona en el
mundo que sobrevivía sin tener ganas de conectarse a una máquina del placer en
dos meses. Una actitud extraña para la mayoría. Por desdicha, a Inés, que era
harto sabido era mi mejor amiga, también le había llegado una notificación
semejante. Mi problema había pasado a transformarse en un problema de toda la
ciudad. La misión exigida por el consejo a Inés era la de convencerme a
presentarme en una sesión de placer y en lo posible acompañado; de no
lograrlo le aplicarían una multa a ella también. Inés llamó a mi puerta y la
dejé entrar.
- Hola. ¿Cómo andas? por
fin te veo cara a cara. ¿Cómo va tu problema de la protuberancia?... No te
preocupes no le dije nada de nada a nadie; por ahora. Solo te digo que se,
porque un amigo me lo dijo, que los drods de vigilancia andan haciendo
averiguaciones sobre tu vida. Sé también que en el chequeo médico te
propusieron una cirugía correctiva, lo sé por otro amigo y que no aceptaste.
A esa altura me
molestaba que me hablara de tantos amigos y conocidos; día a día Inés seguía
despertando sentimientos extraños en mí.
- Mira Jorge, escuchame
bien, en cualquier momento vigilancia alcanzara esos archivos y se darán cuenta
de tu problema.
Mientras ella hablaba yo
no hacia otra cosa que observarla. Llevaba, por primera vez en su vida, algo no
tan ajustado al cuerpo pero, en contrapartida, semitransparente. Me moví para
que ella me siguiera hacía una zona de la habitación más iluminada con la
simple pretensión de que la luz transparentara un poco más allá de su ropa.
- ¿Qué te pasa Jorge?
por dios, ya no sos el mismo de siempre, ¿por qué me miras así? con esa cara
de...de...
- No lo sé Inés te juro
que no lo sé. No sé lo que me pasa, de repente todas las mujeres de la ciudad
me atraen...
- Porque no te sacas
esos bultos y listo.
- Tampoco lo sé, algo en
mi interior, me dice que si me los extirpo va a ser peor. Pero ese es el
problema menos grave; desde que me salieron mi vida ya no es la misma. Mirá te
voy a decir lo principal: ¡odio a esa loca con la cual te fuiste a vivir!
- ¿Quién?... A Silvina.
Mira no te permito. Silvina no es ninguna loca. Medí tus palabras eh; ella me
cuida y vivimos momentos muy lindos juntas.
- Lo sé, lo sé y te
creo. Pero nunca me diste la oportunidad a mí de vivirlos conmigo
- ¿Qué decís? No sé bien
lo que te está pasando, pero te va a ir muy mal si no vas a la máquina del
placer. Y haceme el favor operate así volvés a la normalidad. Yo te quiero,
siempre fuiste y vas a ser mi mejor amigo pero no puedo verte así. Todo el
mundo sabe que algo raro te pasa.
Ella me miró la
entrepierna. Yo sin darme cuenta mirando las protuberancias de su pecho y sus
redondeces a contraluz: experimenté otra de esas erecciones de la protuberancia
superior y un cosquilleo placentero. Como era visible Inés me dijo.
- Pero… pero Jorge. ¿Qué
inmundicia es esa por dios? No podes seguir así, debes sacarte eso. Te está
creciendo y muy rápido... me voy, si no pensás decir nada y me miras con esa
cara… de… de perdido... me asustas realmente. Me voy.
Y se fue. Golpeó la
puerta con furia y se fue. Quedé rodeado de un aroma dulce y atrayente,
encerrado entre las paredes plásticas y voluptuosas de mi habitación.
Por un instante todo se oscureció
y silencio. La luz estaba encendida, la ciudad pululaba de ruidos, el videófono
sonaba, todo florecía, pero lo único que me importaba en la vida, la única luz
que necesitaba mi alma se había retirado. Era demasiado.
SEPTIEMBRE
Yo creía que no podía
sucederme algo más infame en la vida. Tener esas protuberancias especiales era
un castigo divino, pero lo peor recién empezaba. Como la cosa estaba
transformándose en una pesadilla sin orilla decidí presentarme a una sesión de
placer. La determinación sobrevino porque cada vez que veía una mujer (en
especial a alguna de las devotas de las curvas) sentía el cosquilleo y un
insoportable afán por abrazarlas, a eso se le sumaba la imposibilidad de estar
en una de mis ansiadas luchas grecorromanas porque de inmediato me acaloraba y
la protuberancia crecía. Una sesión de placer parecía el remedio inmediato más
lucrativo y, además, como premio, frenaría a los de vigilancia.
Antes de presentarme a
la sesión del placer llamé a Inés (que surgió completamente desvestida
detrás del visor) para comentarle mi medida. Apenas apareció me quede sin
palabras, duro, como si presenciara toda la belleza del cosmos al mismo tiempo.
Era curioso: con los hombres o las mujeres chatas no me sucedía lo mismo;
máxime cuando anteriormente soñaba juntarme con una mujer musculosa y fuerte o
un hombre para pelear y revolcarnos en el Do-Jo del gimnasio. Le hablé con la
vos tomada por el encanto de la vista de su cuerpo y le dije.
- Hoy me voy a presentar
al Placer.
- Ahh, por fin, celebro
que te hayas decidido. Pero no creas que es por la multa vos sabes que no es
por eso. Yo te quiero como a un amigo y sufro si estas mal
- Yo también sufro.
Ese "te
quiero" me fascinó, sonó distinto, o eso creí: pero de improvisto una mano
fina se posó tranquila e impune en su hombro y un segundo después el rostro
odioso de Silvina aparecía en el visor saludándome y estrechando suavemente sus
labios con los de Inés. Sentí repulsión. Silvina se acomodó a su lado y retrajo
el visor del videoteléfono. Por un instante terrorífico tuve la imagen de ellas
dos sentadas, bien pegaditas y melosas en el ovoide de la pantalla. El codo de
Silvina se apoyaba distraído en el escritorio, acariciando desinteresadamente
uno de los pechos acolchados de Inés. Al principio sentí placer; después
experimente un odio desconocido.
- Jorge: dice Silvina si
querés que te esperemos a la salida del placer
- ¡ NO! - le contesté
ofuscado - no quiero ver a esa cerca mío - y corté. Los rostros de sorpresa de
ellas ante mis palabras ladinas se fueron oscurecieron impotentes.
Probablemente esperaban que el monitor no terminase de apagarse nunca esperando
que yo les pidiera perdón pero si tardaba más en apagarse iba a ser peor.
Silvina me exasperaba.
Unas horas después,
cuando las luces de la ciudad descansaban, fui hasta las salas del placer
y me acosté temeroso en una de las maquinas. Invertí casi todos mis créditos
(ayudado monetariamente por un descuento especial regalo de la empresa) para
que me asignaran una de las salas particulares, estilo V.I.P. La camilla de
estas salas es más acolchada y las paredes de la sala, segundos antes de la
sesión se evaporan, apareciendo los motivos virtuales que uno ha elegido. Yo
pedí la soledad rojiza de una porción de la superficie de Marte. Como siempre:
el placer fue extremo. Nadie puede explicar lo sentido en una de esas máquinas,
el placer alcanzado ahí. El principio básico de este sistema de placer externo,
o máquina de Broca como se la llama también, es harto conocido por todo el
mundo: estimular el "gran lóbulo límbico" o borde de Broca del
cerebro, recargando los receptores con una hiperactividad de endorfinas. En
teoría parece simple, pero la manera en que logran hacerlo es uno de los
secretos mejor resguardados de la humanidad. Lo cierto es que las personas
salen como nuevas. Curadas de cualquier afección del alma. Sin embargo en mi
caso no resultó así. Además resistí unos sueños que por momentos me parecieron
demasiados reales. Los sueños son remanentes universales en las sesiones de placer,
pero no como estos. En aquellos sueño me vi abrazado o tirado en el piso de mi
habitación con Inés, los dos desnudos, el cuerpo de ella mojado, y besándonos
voluptuosos en la carne. El sueño era incongruente, casi demoníaco por así
decirlo. Nadie se besa en los cuerpos ni se abrazan desnudos de esa manera.
Sumado a toda esa locura: mi protuberancia estaba dura y, al parecer, mi cuerpo
y todo mi ser trataba de acostar a Inés, de abrirle las piernas y tocarle (en
la misma zona de mi enfermedad) con mi protuberancia, como si la protuberancia
pretendiera por si sola entrar en su cuerpo. Sin embargo, lo ilógico, era que
nadie tiene nada en esa zona del cuerpo y mucho menos las mujeres. Pero el placer
que experimente ese día no lo había sentido nunca. Fue algo sublime. Hubo un
instante en el cual mi cuerpo (yo lo sentía a través del sueño): tembló, y me
desperté asustado de tanta satisfacción espiritual. Escapé del encierro mental
en que te sumergís cuando te conectas al placer y me desperté temblando,
agitado, feliz. Mi protuberancia estaba dura nuevamente, pero algo nuevo me
acontecía, algo terrorífico. Tenía toda la zona intermedia del cuerpo mojada.
Algo viscoso se había escapado de mi cuerpo justo en el momento de mayor placer
en la máquina. Era inaudito; y la vergüenza que me embargó fue asfixiante.
Comenzó a sonar un pitido de alarma y el recinto destelló en colores rojos de
advertencia. Algo extraño sucedía conmigo. Sabía que de un momento a otro los
de vigilancia vendrían y se enterarían de todo, y me las apañe como pude.
Limpie la camilla que también estaba mojada con ese líquido viscoso y esperé a
los enfermeros tratando de no mostrar el susto que me embargaba. Cuando los
médicos y los drods entraron: como pude los convencí que no tenía problemas de
ningún tipo. Les hice creer que se me había escapado algo de orina y salí
corriendo hasta mi habitación, asustado, extrañado, pero feliz.
Demasiado feliz.
OCTUBRE.
Fue el peor mes desde
que me habían brotado esas protuberancias. Los amargos desenlaces del mal
comenzaron inmediatamente después de mi visita a la sala del placer.
Consumía las horas sigiloso, ocultándome; iba a saunas a observar cuerpos
femeninos y también algunos masculinos, esperando encontrar a alguien con el
mismo problema que yo, pero no hallaba a nadie. Era el único. El diferente. Me
deleitaba mirando a las mujeres empapadas por el vapor. Tomé datos físicos
precisos de cada una de las "fems" que detentaban alguno de las dotes
físicas que actualmente veneraba y con todos esos datos ingresé en la
biblioteca esperando hallar respuestas esclarecedoras sobre el cuerpo humano y
de mi mal, pero no hallé nada. Solo un vacío informativo sobre ese asunto. Un
vacío casi premeditado, como si una fuerza superior hubiera sumido a la
humanidad en una ignorancia total sobre el tema. Quemé mis ojos frente a las
pantallas mirando fotos y leyendo. También vinculé mis pantallas y medios a la
biblioteca y los miré en mi casa. Toda aquella actividad la realicé a solas,
encerrado, procurando, casi como única actividad, no charlar con nadie y
tratando de pasar desapercibido. Esta actitud me trajo aparejado infinidad de
problemas. Como recibir los malos tratos de mis amigos y conocidos ofuscados
por cortarles la atención. Inés llamaba todos los días y trataba
insistentemente de chocarse conmigo. Siempre que me la cruzaba decía lo mismo.
"¿qué me había pasado?" "¿cómo estaba?" "¿Por qué no
le prestaba atención?" y otras cosas. En mi unidad habitacional comencé a
tocarme la protuberancia recordando vívidamente las imágenes de las mujeres del
sauna. Alcancé un deleite jamás alcanzado con la máquina de Broca. No
comprendía la utilidad exacta de ese atributo físico, solo sabía que si me lo
acariciaba lo disfrutaba. En mis análisis mentales llegué a la conclusión que
todo aquello se debía principalmente a un problema acarreado por las excesivas
exposiciones a la máquina del placer. No encontraba otra explicación.
Esas protuberancias estaban arruinando mi vida al mismo tiempo que me
entregaban un placer extremo y desconocido. Era increíble. Llegué a filosofar
sobre la posibilidad remota de que todos tuvieran esos atributos y la
conclusión era siempre la misma: la vida sería más placentera para el hombre.
No necesitaríamos las sesiones de placer. Por supuesto aquello sería
como destruir la principal fuente de recursos de la empresa concesionaria de la
mina. Y la forma que tienen ellos de controlarnos al máximo. Más tarde,
anonadado, recibí un llamado de Inés diciéndome que se había peleado con
Silvina y necesitaba hablar con alguien; asegurándome y prometiéndome un
desinterés total por mi problema y una urgencia desmedida por hablar conmigo.
Tuve que decidir entre fallarle a nuestro antiguo pacto o desbaratar mi actitud
de paria. Al cabo accedí a que viniera hasta mi habitación. Mientras la
esperaba: pensaba en la forma de demostrarle la carencia de maldad de mi
enfermedad, si se le podía llamar enfermedad. Todo lo contrario pensaba; las
situaciones, el placer extremo, la independencia de la máquina, me expresaba a
las claras que no podía tratarse de algo dañino.
Inés llegó llorando,
vestida nuevamente con esa ropa transparente, aunque esta vez apretada y de color
lila. Al principio lloró por la pérdida de su amiga, después, como si todo
aquello me pareciera una farsa, retomó mi problema.
- ¿Qué pasó esa tarde en
la sala del placer Jorge? La gente está asustada, se preocupan por vos.
- Nunca lo creerías.
- Intentalo. Dale.
- No es eso... Creo, en
serio,... ¡créeme! Por favor, necesito que vos me creas. Esto que me sucede no
es nada malo. Por momentos pienso que es una reacción natural de mi cuerpo
defendiéndose de la dependencia de la máquina del placer.
- ¿De qué dependencia me
hablas? No hay nada más lindo en el universo que una sesión de placer.
Me contuve de decirle: Vos
sos lo más lindo y continué.
- Justamente, es una
dependencia por eso mismo que acabas de decir. Además, no hay nada más lindo
porque no conoces otra cosa mejor.
- ¿Cómo cual por ejemplo?
Dame un ejemplo y te juro que lo consideraré.
Para ayudarla a
comprender mi posición le mostré mis dibujos, los que llegaban al centenar en
una ferviente actividad creadora. Durante los días posteriores a mi visita al placer,
aparte de recabar datos, me entretuve en mi computadora personal dibujando mis
sueños. Dibujos que le presenté a Inés por la pantalla. Aquellos primeros
sueños unilaterales se habían transformado en parejas. En estas parejas
(dibujadas casi siempre en un trazo fanatizado diría) había un hombre bien
diferenciado por su protuberancia y una mujer, también, bien diferenciada por
las exuberancias de sus pechos; abrazados o besándose, confundiéndose en una
fusión de píxeles de colores. Por momentos una irreconocible masa de
obscenidad. Lo más revelador fue mi representación de felicidad, de placer en
esos rostros. Había creado una cantidad insoportables de dibujos y todos
llegaban a lo mismo: una unión carnal, una fusión epidérmica entre las
identidades. Al parecer algo ignoto de mi alma llevaba, a la protuberancia dura
de mi cuerpo, a insertarse en el cuerpo de la mujer justo entre sus piernas; e
Inés se percató justamente de esa actitud.
- Que asco. Así tan
apretados. Y qué es lo que pretendés, lastimarla, vejarla con esa cosa dura,
mira si se contagian.
- No, no, no. Nada más
alejado de mí que el lastimarlas Inés, entendelo, esto que me pasa es demasiado
real, algo así como una memoria genética, no puede ser que tengamos estos
cuerpos y no nos sirvan para nada.
- Pero sirven para
muchas cosas y son perfectos.
- Me refiero a la
diferencias entre hombre y mujer. Para qué existe una diferencia de géneros, si
en realidad no existe esa diferencia, somos iguales. Únicamente somos
físicamente diferentes cuando alguna se deja esas exuberancias en el pecho y,
entendelo bien, ¡se dejan! Salen solas. Es así, vos lo sabes bien. Te
inyectan para que tu cuerpo sea como en realidad fue hecho con esas
protuberancias. Entendés. Tus pechos no te los pusieron quirúrgicamente, te
crecieron y listo, los mismo pasa con el bello ornamental, crece solo.
- En eso tenés razón
- Te dicen que con las
inyecciones estimulan el crecimiento de esas células. O sea. El huevo o la
gallina,
- Puede ser. Yo nunca
sentí que mis pechos no fueran parte de mi o algo que forcé a crecer sino todo
lo contrario
- Ves, es porque al no
existir una diferencia muy tangible entre nosotros todos buscamos
diferenciarnos. Para qué diferenciarnos si somos iguales. Sin embargo la
pregunta del millón es... ¿no seremos realmente diferentes? Pero diferentes de
verdad. Algo más allá que una simple arbitrariedad lingüística.
Inés se quedó pensativa
y yo cada vez me acercaba más hacia su cuerpo. Era sorprendente: mientras
hablaba me imaginaba practicando con ella todos los actos representados en mis
dibujos y sueños. Y cada vez que ella me miraba, con sus hermosos ojos café,
estallaba de placer. Quería tocarla, abrazarla, desnudarla, pero temía su
reacción.
- Inés. Creo que el
problema que yo tengo es, justamente, la diferencia que deberíamos tener
los hombres con las mujeres, además he descubierto que Uds. tienen una especie
de canaletita en esa zona.
- Es verdad, una arruga
únicamente, pero es inservible.
- Arruga o mas bien
cicatriz. Nunca te detuviste ni a mirarla ni a pensar en ello porque a nadie le
importa, pero para qué está ahí, para algo debe ser no te parece - yo intuía
para qué.
- Yo creía que era algo
concerniente a las incubadoras. Probablemente algún tuvo salía de ahí.
Inés me miró. Por un momento
creí que entendía. Miraba mis dibujos, principalmente aquellos primerizos donde
dibujé a los hombres y las mujeres por separado: los hombres con sus
protuberancias (era yo) y las mujeres con sus redondeces (todas con el rostro
de Inés) y algo en ella me decía que me creía. Ya no aguantaba más el verla
observando esos dibujos tan reveladores con ese gesto de pensativa, de
inteligencia que me cautivaba. Y ella sin percatarse logró aquello que me venía
ocurriendo últimamente; y le hablé de sus pechos, de lo extraños que eran, y
ella se bajó la ropa transparente, y se los acaricié, y fue increíble, y no me
pude detener y por un momento creí que Inés disfrutaba igual que yo, y por un
instante todos mis sueños de simbiosis físicas entre hombres y mujeres me
asaltaron y le di un beso en los labios y la abracé con fuerza hacia mí y me
refregué contra su cuerpo y comencé a desvestirla, esperanzado. Sin embargo
ella se resistió. No lo estaba disfrutando. Por suerte no tenía mucha fuerza
dado que nunca le habían agradado las actividades físicas, pero se resistía.
- No ¡soltame Jorge! ¡Por
favor! ¿Qué estás haciendo? soltame.
Pero no la solté.
Forcejeamos y la desnudé y abrí sus piernas. Sé que ella, de haberlo querido,
hubiera impedido mi accionar. Era una resistencia simbólica, se entregaba
protestando. Supongo, justamente, que su intención era demostrarme mi
equivocación o comprobar ella misma mi acierto. Ahí manifestaba su completa
amistad hacia mí. Yo hice lo que debía hacer; todo al borde de un placer delirante.
Pero no pude; por mucho esfuerzo empeñado no pude entrar en ella como en mis
sueños y dibujos; me fue imposible. Esa arruga entre sus piernas no tenía fondo,
ni se habría mágicamente como yo intuía, y a ella le dolían mis esfuerzos
enloquecidos (quería entrar a toda costa) y lloró. Al final yo también desistí
mis embates, también me dolía, y también lloré. Me sostuve la cabeza y lloré
por primera vez desde el advenimiento de aquel problema. Lloré, ya no por mí
mismo, sino por haberle causado daño a Inés. La persona que más quería en el
universo. Ella, al rato, se levantó con la cara abarrotada de surcos de lágrimas;
pretendía decirme: "Y viste...no tenías razón" pero no se lo permití;
le tiré su ropa apretada contra el rostro y la saqué a los gritos y empujones
de la habitación. Al igual que en los últimos meses de mi vida: reaccionando
como un estúpido. Sintiéndome peor que antes. Pero esta vez peor que nunca. No
me había alcanzado con perder la única luz que me importaba en la vida: la
había lastimado enfrentándola a un Jorge que todos odiaban, que Inés ahora si
debía odiar y que yo, ahora también, deseaba matar.
NOVIEMBRE.
Había perdido toda
identidad; a mis amigos y mi privacidad. Por suerte Inés, pese a mis maltratos,
no había hecho comentarios sobre mi ataque demencial. Todo lo contrario. En los
rostros de nuestros conocidos compartidos se denotaba piedad; un hálito de "pobre
infeliz" que me molestaba, pero era preferible eso que las injurias o las
persecuciones. Yo sabía muy dentro de mi alma que no podía estar equivocado.
Era un sentimiento superior a un presagio o una revelación; aunque jamás tuve
alguna de las dos cosas. Eran como los murmullos de mi sangre, algo visceral, y
estaba dispuesto a demostrarlo. Justo el día anterior a decidirme, recibí un
llamado de Inés advirtiéndome del peligro. Vigilancia había revisado los
archivos médicos y venían a buscarme. Los acontecimientos que se sucedieron a
la advertencia de Inés fueron curiosos: todos mis conocidos, y algunos
desconocidos también, me ayudaron a refugiarme y escapar de vigilancia. Todos
defendiendo la idea de que no me merecía una internación. En algún momento aquel
suplicio acabaría, era la opinión general, y estaban ayudándome a superar ese
instante tan negativo. Fue una muestra de afecto sorprendente. Me ayudaron en
silencio, sin presentarse, sin mostrarme sus rostros; pero con la maestría
suficiente como para esconderme a salvo en los hangares. Entre una multitud de
contenedores de todo el sistema solar y envíos no recibidos. Dentro de mí sabía
que algo de Inés había en ese comportamiento de la gente. A nadie le importaba
que sentía el otro, pero a Inés sí, ella era demasiado dulce y afectiva, o eso
creía. Ya no sabía cuál de mis juicios o sentimientos sobre Inés eran
verdaderos o estaban influenciados por el cariño y el deseo que sentía por
ella. Per o también había algo que no encajaba en ese primer análisis y llegue
a pensar que en realidad todos se comportaban casi diría como si estuvieran
manejados por un mandato interno. Una especie de memoria. Un meme. O quizá algo
más poderoso, de índole genético.
Durante un tiempo, no muy extenso, viví en la
zona de los hangares apartado de los demás. A veces la rotación del planeta me
mostraba la claridad anaranjada de Júpiter, otras la negrura del fondo cósmico
y fueron momentos extremos de reflexión y análisis mental. La comida me llegaba
a diario de mil maneras distintas. Seria tedioso explicarlas. Lo cierto, y más
impresionante aún, fue que mis dibujos recorrieron toda la ciudad. Estaban en
todas las habitaciones y en donde uno menos se imaginaba. Aquella ayuda
recibida, según entendí, era el pago por mi creación artística. Los dibujos
sinceramente eran buenos, en los colores, los matices y para algunos deberían
ser muy reveladores o simplemente eran un producto enaltecedor del chismerío y
la diversión. Todos querían tener un dibujo del loco de las protuberancias y el
mercado negro de la cuidad los vendía y no sé quién (Inés supuse) se las
ingeniaban para hacerme llegar un porcentaje de los créditos. Ahí mismo
comprendí la inmediatez de un cambio existencial. No podría vivir por mucho
tiempo en esas condiciones y preparé mi golpe final. A los poderosos se les
había escapado esta actividad clandestina de los habitantes de la ciudad y
también se les había escabullido "Yo". Por lo tanto no debería ser
muy difícil derrotarlos o asustarlos por lo menos.
Debía destruir las maquinas
del placer.
Una vez hecho esto:
hallaría la forma de forzar a los poderosos a charlar conmigo y ayudarme o
liberarme y probablemente hasta transformarme en un héroe. Pero no ocurrió así.
El día que intenté destruir las máquinas de Broca, con un plan bien ideado,
utilizando los conductos de ventilación, e invirtiendo todo mí ingenio y
sagacidad en la empresa: algo fantástico ocurrió. Había una mujer esperándome
en la oscuridad pretenciosa del pasillo y estaba desnuda. No era una mujer
común, aunque por momentos lo era. Llevaba el pelo largo hasta la cintura,
ondulado y exótico. Tenía pechos, redondeces y vello en el pubis. No tenía el vello
púbico clásico de adorno. No. Esta mujer
contaba con la forma exacta. Exactas porque de esa forma la había dibujado yo
y así mismo la soñaba: un triángulo de vello negro; y era fascinante. Ese
cuerpo uno lo veía y pese a no tener diferencias abismales con otra mujer (no
se diferenciaba mucho de un cuerpo de las adoradoras de protuberancias; esos
cuerpos que antes odiaba) expresaba un magnetismo insólito, una especie de halo
de corporalidad imposible de resistir. La sugestiva mujer caminaba y se detenía
entre las sombras, las cuales marcaban sus redondeces lascivas, y me llamaba
susurrando mi nombre y yo la seguí. En realidad, como todo hasta ese momento,
solo cumplí con las órdenes de mi cuerpo y de mi alma, de mi sangre en
definitiva. Mi protuberancia estaba dura y me molestaba a través de la ropa,
pero la seguí entusiasmado cuando, de pronto, sentí frío en la cabeza, un golpe
y la oscuridad... el vacío.
Fue en el único sueño en el cual disfruté de
esa unión corporal con Inés, y ella respondía a todos mis movimientos y tenía
todos los orificios y atributos corporales necesarios con los cuales había
estado soñando.
ENERO DE 2127
Empecé el año feliz. El
mejor año de mi vida. Ahora conozco a los poderosos. Vivo con ellos. Con
aquellos que se aprovechan de los demás. Y todos gozan de esa
"sexualidad" como la llaman. Los hombres: con cuerpos similares
al mío; y las mujeres: con sus redondeces y esa arruguita extraña abierta del
pubis con su profundidad ardiente... y son hermosos. He conocido placeres que jamás
conocería con las maquinas del placer. Universos de ternura
indescriptibles. Y tan solo uniéndome carnalmente con otra mujer. La razón por
la cual la gran mayoría de las personas viven y mueren sin conocer este
universo es difícil de digerir. Ellos, los poderosos, afirman que traen odio,
competencia, enfermedades, guerras, ocio, vulnerabilidad genética etc. etc.
etc. Cosas imposibles de asegurar si no se conocen. Lo cierto es que el
pináculo de la civilización vive como yo vivo ahora. Y según opinan ellos
mismos: "es necesario para la especie un grupo de seres en esta
forma". En realidad los hombres somos así: "sexuales" y los
demás "asexuados" serían un subproducto. Yo fui, según me dijeron,
una falla. Los controles genéticos presentan algunas fallas en el transcurso de
los años, un embrión perdido, latente, que resiste los cambios y en un momento
indeterminado brota. Algo así, salvando las distancias, como el eslabón
perdido. La mayoría de estas desviaciones ocurren al nacer, en las marismas de
incubación, y a esos niños se los llevan a este mundo oculto de control. A
otros les sobrevienen, como me pasó a mí, cuando ya son adultos. La mayoría no
lo resiste y se suicidan o enloquecen. En mi caso la reacción fue diferente y
casi se les escapa de las manos a los poderosos "sexuales";
especialmente por mis creaciones gráficas. Pero lograron controlarme a tiempo y
no me volvieron a mi anterior identidad ni me mataron: porque a muchos les
pareció un desperdicio de talento; solo eso: un desperdicio. Me capturaron con
una trampa de tipo caza-bobos. Pusieron la mujer de mis sueños de carnada y
listo. Lo curioso fue que esa mujer era Inés. Si Inés. Por supuesto mucho más
sorprendida que yo. La secuestraron una noche de su habitación, le explicaron
todo y la utilizaron para capturarme, "salvarme" según dice
ella. Fue ella quien me explico todo esto. Y ella misma con su practicidad
acostumbrada me llevó a elegir este mundo. Y nos juntamos. Sumándole, ahora,
una fusión carnal a nuestra unión. Al fin y al cabo “tenías razón Jorge”, me
repetía Inés a diario.
De los pobres habitantes
"asexuados" del mundo y especialmente de los mineros de
"Io" no tengo compasión. Es algo de lo cual constantemente me
autocastigo. De haberlo querido los hubiera ayudado, ellos lo hicieron por mí,
pero esto que vivo ahora es hermoso y no lo voy a cambiar por nada del mundo.
Mucho menos por la lealtad. Igualmente todos tienen su oportunidad. Si llegas a
lo alto, si sos exitoso, accedes sino, bueno, sos uno más. Sinceramente yo no
era infeliz en mi condición anterior, no conocía esto, es cierto, pero era
feliz. Lo mejor de todo fueron unas palabras que aprendimos a decirnos con
Inés, tan diminutas pero tan inconmensurables, y tan simples como hermosas y
ella me las repite a diario:
- Te amo - me dice
- Yo también te amo - le
contesto.
Muy bueno me encanto. Usar la sexualidad para controlarnos me parece un gran acierto quiza deberias decir que el cuento trata de un mundo sin diferencuas sexuales y a un hombre l sale un pene de seguro tendrias mas lectores.
ResponderBorrarMe encanto. El tema muy interesante y la trama muy ingeniosa.
ResponderBorrarMuchas gracias Maria Luisa Ramirez. Ojo que quiza suceda. La idea original era escribir sobre alguna manera de controlar al trabajdor en un futuro no tan lejano.
Borrardesopilante atrevido y realista a las conscriptas imaginarias del ser
ResponderBorrarGracias Ari Benu muchas gracias. El genero fantastico y la ciencia ficcion son quiza un de las mejores herramientas literarias para imaginar, crear y de paso tratar de decir algo.
BorrarEs un continuo descubrimiento y conocimiento cuyo desenlace es el amor:la verdad..
ResponderBorrar😊Me encanto, nunca lei algo semejante.
ResponderBorrarGracias Liliana. Es gratificante tener una lectora de mis escritos. Muchisimas gracias y si tenes criticas o comentarios o propuestas no dudes en hacerlas que siempre ayudan.
BorrarGracias a vos Daniel, tendre en cuenta eso de las criticas, pero ahi pierdo, no tengo tanta experiencia, soy novata😀,pero me cautivaron tus escritos :es que habia algo que me faltaba,gracias
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