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viernes, 21 de agosto de 2015

Universos de ternura. Este es uno de mis hijos predilectos. No puedo explicar por qué razón lo es.


En un mundo sin sexualidad un hombre nace distinto a los demás.  Es la lucha de un hombre por descubrir su identidad y quizás la de toda la humanidad; y romper las barreras de la opresión.
Creo que es intenso y conflictivo.

  UNIVERSOS DE TERNURA

Desde chico, desde el mismo instante en que abandoné la incubadora, creí en la existencia de hombres poderosos. Una clase de hombres opulentos y misteriosos que han alcanzado el pináculo de la civilización y de alguna manera horrorosa y disimulada manejan los hilos de nuestras vidas con la jactancia de un líder. Grandes comerciantes, dueños de multinacionales, presidentes, toda una camada de hombres avasallantes y codiciosos completamente desconocidos e inalcanzables para la mayoría. Hombres que no merecen vivir o juntarse con el resto, o que debían habitar en lugares casi prohibidos. Siempre creí que aquí en “Io”, en esta zona del sistema solar, entre nosotros, alguien debía ostentar ese poder; y siempre supuse que lo hallaría donde menos me lo esperaba; aunque nunca intuí encontrarlo de la manera como lo encontré; ni siquiera en mis peores pesadillas.




JUNIO DE 2126.

Todo comenzó una noche. En realidad las noches en "Io" son más holgadas que las de la tierra y gracias a un ardid arbitrario en el control de la intensidad de las luces y de los pasillos, la pequeña ciudad minera pasaba de la lobreguez nocturna a la claridad diurna manteniendo el ritmo acostumbrado de los días terrestres. El día artificial en que comenzó la tragedia yo descansaba en mi unidad habitacional que estaba emplazada justo en el centro del complejo de viviendas, cerca de uno de los monoblocks de refrigerio y zonas de esparcimiento y deporte. Aunque mi pequeña y claustrofóbica vivienda lindaba con todo lo referente a diversión y comodidad: no tenía ventanas exteriores y, si no fuera gracias a que trabajaba en las minas: probablemente jamás vería la superficie de esta hermosa luna de jupiter. No tendría la oportunidad de sentir lo que sentimos todos los que no nacimos en la tierra y vivimos en el espacio. Esa insignificancia ante la oscuridad apasionada del universo, la contundencia del infinito que nos rodea; omnipotencia que a algunos los excede hasta la humillación y a otros los engrandece.
En el complejo me conocían como uno de los habitantes más desordenados, tanto que algunos de mis conocidos lo consideraban uno de mis pasatiempos existenciales. Aunque a la ciudad la visitaban constantemente un batallón de robots que acicalaba y desinfectaba cada rincón con ahínco: en mi habitación no entraban porque yo no los dejaba entrar. La privacidad era uno de los bienes que más apreciaba. Por supuesto ese comportamiento repulsivo de mi parte me acarreaba todos los fines de mes una multa por desorden y suciedad. Sin embargo, como tampoco contaba ya con créditos suficientes, los encargados de la empresa minera no encontraban mejor remedio que descontarme sistemáticamente todos los meses sesiones de placer... y eso me enfurecía. Las sesiones en la máquina del placer eran el único instante de sosiego con que contábamos los mineros de "Io". De ahí que prohibirle a alguien ese momento era inhumano. Fue en una de esas tardes amargas cuando me disponía a bañarme (si a un chorro de ultrasonidos y espuma desinfectante pueden llamársele bañarse) cuando sucedió lo peor. Días atrás un malestar extraño en la entrepierna me había fastidiado al caminar, especialmente cuando me agachaba. Era difícil de explicar lo que sentía; por momentos parecía un cosquilleo, pero por otros era un dolor punzante. Durante la noche anterior el tormento no me había permitido dormir con comodidad, por lo tanto, a la mañana, diluí un cúmulo de analgésicos en el te reciclado de la base esperando recuperarme para cumplir con mis obligaciones. Sin embargo, la molestia en la entrepierna no cesaba, y ya me era imposible tratar de no prestarle atención. Ofuscado decidí escudriñar cuales eran los motivos exactos de aquel malestar. Presentía que si aquel suplicio continuaban atormentándome no me quedaría más remedio que hacerme un chequeo físico; actividad que odiada con todo mi ser. Odiaba meterme en la sala de chequeos y estar rodeado de aparatos y luces extrañas restregándose por mi cuerpo desnudo. Por lo tanto decidí auto chequearme yo mismo. Al principio, curioso y con miedo, me palpé la zona inferior al ombligo. Los humanos contábamos con la posibilidad de elegir si deseábamos tener o no pelos en la zona abdominal inferior; vello púbico lo llamaban. Los pocos habitantes que se lo dejaban se hacían dibujos y formas extrañas en ese bello. Escorpiones, flores, naves y otras figuras como adorno corporal. A mi juicio era algo enfermizo andar desnudo por los pasillos con esos dibujos y esos pelos innecesarios y antihigiénicos como si fuera un animal inferior. Palpé suavemente la zona del dolor y al parecer el malestar no provenía de la zona abdominal inferior como pensé sino de más abajo justo entre las dos piernas, en la ingle. Ahí sí el dolor se tornaba intolerante. Salí del baño como escupido por la puerta y, ensayando una extraña pirueta equilibrista, me miré en el espejo de la habitación. Ahí observé que me habían surgido dos protuberancias justo donde terminaba el abdomen. Estas eran morfológicamente ovaladas y arrugadas. Al tocarlas: la sensación fue nefasta; nunca había sentido ese dolor en mi vida y al instante experimenté una cierta incomodidad con mí desnudes. Como no le encontraba explicación al asunto decidí llamar por videófono a mi mejor amiga Inés, la cual, al verme inmediatamente a través de la pantalla me dijo:
- ¿Que te pasó Jorge? Estas Blanco. Viste un muerto.
- Es más que eso Inés, necesito contarte algo, por favor, vení a verme acá, ¡por favor!
- Pero...  en estos momentos pensaba ir a tomar una sesión de placer no creo que pueda llegar hasta dentro de una hora por lo menos.
- No te parece que últimamente estas abusando de eso Inés. Yo sé que trabajas mucho y sé que te lo tenés merecido pero qué hay del juego de "Squash" que venimos postergando.
- Mira Jorge: no me gusta que se metan en mi vida, vos lo sabes bien. Sencillamente voy a ir a verte por que te veo mal, pero un rato, nada más, después voy a conectarme al placer ¿de acuerdo?
Experimenté un soplo de paz, de alivio, al saber que ella vendría a verme. Cuando éramos jóvenes y jugábamos entre los enormes pasillos del conducto de ventilación y los jardines hidropónicos (hasta que prohibieron la entrada) nos habíamos impuesto como marca de amistad dejar todo de lado al segundo que cualquiera de los dos lo necesitase. Conforme el tiempo se fue envejeciendo las responsabilidades ya no nos permitieron una respuesta instantánea, pero hasta ese momento nunca nos habíamos abandonado. Esperando a Inés imaginé que si esas protuberancias seguían ahí no me reemitirían realizar algunas de las actividades que más me gustaban: como tomar sol en el solárium ultravioleta de la base, por ejemplo, o los campeonatos de lucha grecorromana. Aunque en ese momento me venían a la cabeza problemas considerados menores por muchos, intuía que de seguir con esa protuberancia mi vida ya no sería la misma.
Inés llegó más rápido de lo que yo esperaba. Sabía que tamaña premura se debía solamente a su necesidad psicológica de conectarse a la máquina del placer. La maquinas del placer eran el único momento de sosiego que teníamos en Io. Después de arduas horas de trabajo la empresa te permitía conectarte a estas máquinas donde la realidad se trastocaba y te hundías en un universo virtual. Aunque las maquinas ofrecían una extensa variedad de atracciones como turismo, aventuras, juegos, era en el placer donde más se las utilizaba; en realidad era casi en lo único que se las usaba.  De ahí que los mineros las llamábamos maquinas del placer. Muchos trabajaban como burros solo para poder conseguir una sesión de placer. Para otros las maquinas del placer eran el único propósito de su vida: y, aunque a mi juicio los mejores momentos de mi existencia los había pasado dentro de una de estas máquinas, solo lo consideraba un pasatiempo. Necesario, primordial, pero un pasatiempo y nada más.
Exceptuando algún viaje virtual de vacaciones. Nadie puede expresar con palabras lo que se siente dentro del placer pero es magnífico y se salé como nuevo. No hay problema que no se curé con un poco de placer y cariño opinaban los fan de las maquinas. Probablemente una sesión de placer me ayudará a olvidarme un poco de lo que me ocurría, quizás hasta salía curado, pensé. Pero tuve que abandonar la idea para más tarde porque en ese preciso momento sonaba el timbre y el rostro enojado de Inés me observaba detrás de la puerta.
- Dale Jorge abrime ¿cuál es el motivo principal de tu apuro?
 Abrí la puerta y la miré detenidamente unos segundos. Inés usaba la ropa apretada y a mi juicio le faltaba músculo como para llevarla tan ajustada. La mayoría de las mujeres tiene los músculos bien marcados y son chatas. No todas tienen esas protuberancias en el pecho, ni las redondeces inútiles del cuerpo de Inés. Inés odiaba las actividades físicas; pertenencia a un pequeño grupo diferenciado de mujeres que consumían el día entero inyectándose y cuidándose para mantenerlas grandes. Una total pérdida de tiempo y créditos a mi juicio. Aquel grupo especial lo componían mujeres que la mayoría de las veces terminaban viviendo juntas, o por lo menos compartían entre si las sesiones de placer. Siempre me había causado gracia, la forma de su físico, aunque nunca se lo había dicho. Pero esta vez la observe. Esta vez, al mirarla, descubrí una novata sensación en mí. Exactamente, para ser franco, esas protuberancias magnetizaron mis sentidos, me atraían. Sentía deseos de tocarlas, de acariciarlas, pero me resistí. Es complicado explicar esos sentimientos, pero fue una lucha interna engorrosa de superar. Resistiendo el momento me desnudé y le mostré inmediatamente las protuberancias de la ingle, con la clara intención de cambiar la atención de mi mente hacía sus hermosas protuberancias (eso fue exactamente lo que pensé al verlas). Ella observó mi entrepierna e inmediatamente adquirió una expresión de asco sin parangón, sin esforzarse en ocultarla. Actitud que me molesto muchísimo. Al fin y al cabo habíamos sido amigos desde el instante mismo de abandonar las incubadoras y debía mostrarme un poco de contemplación o aunque sea una gota de piedad hacia mi malestar. La mezquina luz amarillenta y apacible de los tubos de luz de la habitación ayudaba a crear una atmósfera de incertidumbre sin parangón y cuando nuestro silencio ya se estaba tornado en insoportable ella dijo.
- Que cosas más extraña ¿qué podrán ser? No creo que sea una infección, no entran bichos en esta ciudad. Quizás son hernias. Sí, eso deben ser. Algún esfuerzo físico en alguna de tus luchas tan varoniles.
Inés palpó con sus dedos las protuberancias de mi entrepierna. Esa actitud si me gusto. Podría tratarse realmente de una infección y no una hernia pero, sin embargo, ella actuó, ahí sí, como una verdadera amiga.
- Son suav...- dijo, pero en un suspiro le aparte la mano. Increíblemente se me había erguido el bello del brazo y experimenté un cosquilleo diferente y desconocido en mi interior. Cuando ella me tocó no sentí el mismo dolor que cuando yo me había palpado sino, una especie de placer superior a una caricia. Inés me miró ante la reacción.
- ¿Qué te pasa?
- No sé, realmente no lo sé, pero será mejor que no sigas tocando, me molesta. - en realidad no sabía si me molestaba o me gustaba. Inés me prometió que averiguaría de qué podía tratarse recabando datos en las computadoras de la biblioteca, dado que conocía mi desinterés a presentarme al chequeo físico.
 - Igualmente - dijo - si transcurre una semana y seguís igual o te sigue molestando no seas tonto y anda a hacerte un chequeo.
Antes de que Inés se retirara apresurada para su sesión de placer: volví a admirar las curvas de su cuerpo y experimenté una atracción indescriptible. Era irrisorio. De ninguna manera podíamos llegar a vivir juntos. Ella me agradaba, es cierto, pero me gustaba mas vivir con un hombre o con una mujer de las fornidas que, sobre todas las cosas amara los juegos físicos y no alguien tan dulce y físicamente inocente como Inés.
Por un momento y por primera vez en mi vida me sentí como un estúpido por tener esos gustos. Sentí que había desperdiciado mi existencia pensando de esa manera.
Presentí que mi vida ya no iba a ser la misma nunca más... Que este sentimiento solo presagiaba el comienzo de algo mayor, algo demoledor cuyo final me asustaba... si existía un final.




JULIO DE 2126.

Hacía exactamente un mes que me habían brotado esas protuberancias en el cuerpo. Crecieron y eran tan grandes como una nariz. Para colmo otra protuberancia apareció (pues no encuentro otra manera de llamarlo) en el mismo lugar que las otras dos. Esta protuberancia solitaria estaba separada de las otras dos. Y tenía unas dimensiones más alongadas. Parecía, para ser más descriptivos, como si la piel del abdomen hubiera crecido en su extremo y alcanzado esa forma alargada (como una extensión) por debajo de la protuberancia, continuase con las dos bolitas que ahora cuelgan de una bolsa de piel arrugada. Todo lo que me había brotado, a mi parecer y el de Inés, viene a formar un mismo cuerpo, una identidad compartida o, en todo caso, la misma enfermedad. Ya no me dolía como antes. Solamente si me tocaba o golpeaba. Justamente habíamos ido con un grupo de amigos a jugar al "Squash" e Inés vino a verme. Cada vez que yo saltaba o me esforzaba las protuberancias en forma de bolitas me golpeaban y molestaban. Y, aunque no lo crean, a cada golpe de raqueta miraba a Inés sentada a un costado que me observaba distraídamente y experimentaba una predisposición a halagarla. Traté por todos los medios de esforzarme en ganar cada punto con la sola idea de quedar bien ante ella; de parecerle un ganador. Era una actitud foránea en mí. Ambigua. Después fuimos a tomar unos tragos en la confitería del domo; la cual se encuentra en un ostentoso domo panorámico que descansa sobre elevado en un extremo de la ciudad. El domo en si es una enorme ventana curvada por la cual se puede admirar la descomunal y misteriosa oscuridad del sistema solar. Al entrar al domo pude ver la ciudad en todo su alarde de luces de colores, tubos de metal y trenes magnéticos, observe las estrellas y el lóbrego vacío del espacio circundándonos y abrazándonos. La imagen la había observado muchas veces pero esta vez me sobrecogió, me sentí insignificante y al mismo tiempo único. Fue ahí mismo, en uno de los extremos del domo, con Júpiter magnánimo y anaranjado a nuestras espaldas, que conseguimos una mesa y apareció una amiga de Inés. Curioso: aquella mujer no pertenecía al grupo habitual de Inés (las protuberantes). Muy por el contrario: era musculosa y chata. Sentí repulsión al verla acercarse hacía Inés. Como si esa demencialidad por los músculos no encajaran en su identidad femenina. Aunque todos sabemos que no existe una diferencia física básica entre masculino y femenino. Antes me fascinaba ver como las mujeres y otros muchachos hacían ejercicio; ver sus músculos en movimiento a través de la piel o esos cuerpos fantásticos y chatos arrinconados uno al lado del otro en el solárium artificial. Ahora no. Hasta me agradaba el cuerpo tan curvilíneo, protuberante y, y... femenino de Inés. La amiga de Inés se acercó a ella y le dio un abrazo de esos espirituales y sentidos que habrá durado una eternidad para mi envidia. Miré a la mujer con odio e Inés para colmo me la presentó.
- Te presento a Silvina. La chica de la que te hable, con la que pienso juntarme.
Me levante y salude a Silvina apretando desmesuradamente su mano gomosa. Ella me observo anonadada pero no le dio importancia a mi locura. Nos volvimos a sentar y el recinto se oscureció empezando a brillar los motivos fluorescentes de las columnas en un delirio lumínico.
- ¿Ya compartieron la máquina del placer? - Preguntó uno de los varones hiperdesarollado.
- Si, ayer mismo, y fue una experiencia genial, las dos estamos en la misma honda ¿saben? No se siente lo mismo que conectarse por diversión con cualquier otro ser humano. Es distinto cuando... no se… estas como en la misma sintonía, sos uno para el otro
- Si ya lo sé – acoto el varón - yo también vivo en pareja, es lo mejor. Y vos Jorge ¿para cuándo? o sos de los que se pasan la vida con parejas ocasionales.
Yo estaba absorto observando como el brazo musculoso de la mujer, sobredimensionado por el espectáculo de las luces y las sombras, tocaba distraídamente el brazo de Inés y sentía repulsión. ¿Quién era esa para tocarla así? El tipo repitió la pregunta y le contesté seco, desentendido de la charla: que no sabía exactamente para que juntarme si estaba mejor así. Terminamos el refrigerio y nos despedimos. Le pregunté a Inés si esa noche vendría a casa a jugar un intelectivo y me contestó que no. Igual de terminante que yo.
Aquí en la ciudad minera de “Io”, como en todo el sistema solar, cualquiera puede conectarse en la máquina del placer con quien lo deseé con solo pedirlo. Las personas, casi misteriosamente y sin control alguno: buscan desesperadamente con quien juntarse y vivir acompañados. La soledad es un mal repudiado en este mundo tecnológico y de trabajo. Asimismo, en el transcurso de la vida de una persona, las parejas se intercambian moderadamente. Se dice que cuando compartís una sesión de placer con la persona indicada es más placentero y relajante. Le llaman estar en la misma honda. Desgraciadamente, yo, hasta ese momento, o no había conocido a la persona indicada o era un ser humano poco común. Otra actividad no tan importante era buscar amistades, (hombre o mujer daba lo mismo) con las cuales, desde ya, jamás se te cruza por la cabeza compartir la máquina del placer. Personas que pasan a formar parte de tu vida, la mayoría esta vez sí, para siempre. Como Inés y yo por ejemplo.
Más tarde fuimos al sauna. Me sentí incomodo rodeado de hombres y mujeres desnudos en los vestuarios. Las luces, como en casi todos los vestuarios de la base, casi se podría decir cumplen la función de delatoras. Las diferencias entre hombres y mujeres en el aspecto físico externo son ínfimas. Si no fuera por los pechos (escasas chicas los tienen) y los rostros más suaves y finos no se notaría. Además nadie ostentaba algo extraño entre la piernas como yo; especialmente ningún hombre. Todo el mundo mostraba tranquilamente sus partes púbicas chatas, algunos con bello y otros no, totalmente desconocedores de mi mal. Pasé por el sauna y observé a una mujer de las diferentes completamente transpirada (una de esas "fems" extravagantes que poseen las protuberancias bien voluminosas y carnosas), aunque siempre había visto esa clase de mujeres con protuberancias grandes en el pecho, jamás me habían gustado ni llamado la atención, todo lo contrario, me parecía anti estético. Sin embargo esa vez me detuve a verla con detenimiento, casi con furor. Estaba empapada e imperceptiblemente se acariciaba con las manos uno de esos montículos el cual cedía al tacto. Era esponjoso y placentero. Sobretodo así mojada. Las durezas más oscuras del extremo de esas protuberancias me fascinaron. Por un instante experimenté un bienestar interior similar al que se siente en una sesión de placer y sentí vergüenza. En ese instante Inés, Silvina y el muchacho se detuvieron junto a mí. Pretendían entrar al sauna.
- ¿Qué haces así vestido? ¿No pensás entrar con nosotros en el sauna? - Me preguntó la loca musculosa que iba a vivir Con Inés. Para peor estaban desnudos. El muchacho y la amiga de Inés no presentaban diferencias básicas, ninguno de los dos tenía bello en el pubis y eran chatos y sin pechos, pero Inés... sus pechos, su cuerpo suave, redondo...
Salí corriendo. Era demasiado para soportar.
- ¿Qué le pasa?
- Es que no quiere desnudarse algo le brotó en la entrepierna y le molesta y le da vergüenza.
- ¿Qué cosa le salió?
- Mira exactamente no sé qué es, son como tres hernias. Son horribles.
Yo me había escondido detrás de uno de los armarios y escuché toda la conversación. Nada en el mundo me dio más ganas de llorar en la vida que las palabras peyorativas de Inés hacía mi malestar. Como si estuviera degradando mi condición de hombre. Cualquiera podría hablar mal de mí, cualquiera podría reírse, mirame con asco, rehuir ante mi presencia, pero Inés no, era demasiado. Nunca me había importado mucho su pensamiento. Yo sabía que ella me apreciaba y se preocupaba por mí. Un día podía ganarme en un juego, podía tratarme mal, reírse, pero al otro día seguiría siendo mi amiga esa es una de las razones que la hace mi amiga. Sin embargo ya no era lo mismo; su rechazo me dolía en el alma. Y era ese rechazo el que más me asustaba. Conforme pasaban los días una loca idea rondaba en mi cabeza… Compartir una sesión de placer con Inés… pero sabía que una negación, un leve atisbo de duda sería catastrófico para mi corazón...




AGOSTO

 Para ese tiempo mi vida había alcanzado cuotas imposibles de resistir. Las protuberancias no eran una enfermedad común, de eso estaba seguro, y me sentía un desdichado. A Inés lo poco que la veía era a través del visor del videófono. No encontraba respuesta a mi problema y la única actividad a la cual me aboqué buscando un placebo fue a la creación gráfica en mi ordenador. En poco tiempo creé extraños dibujos de exóticos seres cuasi humanos. La mayoría de ellos horribles en rostros y cuerpos y en tonalidades lóbregas y gestos sombríos. Eran un intento estéril por encajar mi enfermedad en un cuerpo humano y provenían de mis sueños. Por supuesto tampoco encontraba una explicación para aquellos diseños. Hastiado de todo aquel mal, y en medio de un ataque ciego de vergüenza, decidí presentarme al chequeo. Tras sumergirme en los análisis una computadora insensible me explicó que en sus archivos no halló un problema de piel similar al mío y que, por lo demás, mi salud era óptima. Nunca había estado mejor. La máquina me aconsejó extirpar las protuberancias mediante una operación criogénica. Pero yo no acepté y procuré, esencialmente, dominar mis arranques tratando de no hablar con nadie y usar la ropa lo mas holgada y discreta posible. Para colmo rehuía el contacto físico. Mis amigos de años, con los cuales en los tiempos libres reverenciábamos un culto a la lucha grecorromana, me llamaban a diario preguntándose qué me estaba sucediendo, por qué razón no iba. Y tanto en los vehículos magnéticos que circulaban vertiginosos por las minas como, a veces encerrado en los ascensores, algo nuevo y terriblemente incomodo comenzó a sucederme, a martirizarme (como si fuera poco): la tercera protuberancia crecía. Si. Inexplicablemente se ponía dura y enhiesta. De la nada. En esos momentos no sabía cómo apaciguar mi vergüenza. Por suerte nadie le prestaba atención a esa zona del cuerpo; nadie miraba la entrepierna de nadie (no había nada para mirar) y pasaba desapercibido. Como pude sobrellevé los problemas insertándome en la sociedad citadina como un paria. Deambulando entre los pasillos grises y poco iluminados; hasta aquel otro día fatídico e indeleble en mi memoria cuando, al llegar a mi unidad habitacional, una comunicación imperativa me recibió por la intranet:

 Señor Jorge Álvarez. MP 234879. Comunicado interno:
                                                            “Se ha encontrado una ausencia premeditada del Minero MP 234879 en la sección de resarcimiento y placer. Por decisión oficial del directorio de la empresa, en nuestro carácter de empleadores y tutores temporales, bajo la ley CMD 37698 inciso 6, y proveyendo desordenes psíquicos y de salud del minero, nos vemos obligados a:
 1) Si en el término de 48 horas el MP 234879 no se presenta a una sesión restauradora de su nivel emocional. Será multado con 3000 créditos.
  2) De continuar su actitud deberemos detenerlo y realizar los estudios psicológicos y de actitud pertinentes.
Para su salud y tranquilidad deberá presentarse sin objeciones en el plazo estipulado a partir de este comunicado. La empresa

Era increíble. Me forzaban a conectarme a una sesión de placer cuando meses atrás me las prohibían. Por otro lado era lógico: yo debería ser la única persona en el mundo que sobrevivía sin tener ganas de conectarse a una máquina del placer en dos meses. Una actitud extraña para la mayoría. Por desdicha, a Inés, que era harto sabido era mi mejor amiga, también le había llegado una notificación semejante. Mi problema había pasado a transformarse en un problema de toda la ciudad. La misión exigida por el consejo a Inés era la de convencerme a presentarme en una sesión de placer y en lo posible acompañado; de no lograrlo le aplicarían una multa a ella también. Inés llamó a mi puerta y la dejé entrar.
- Hola. ¿Cómo andas? por fin te veo cara a cara. ¿Cómo va tu problema de la protuberancia?... No te preocupes no le dije nada de nada a nadie; por ahora. Solo te digo que se, porque un amigo me lo dijo, que los drods de vigilancia andan haciendo averiguaciones sobre tu vida. Sé también que en el chequeo médico te propusieron una cirugía correctiva, lo sé por otro amigo y que no aceptaste.
A esa altura me molestaba que me hablara de tantos amigos y conocidos; día a día Inés seguía despertando sentimientos extraños en mí.
- Mira Jorge, escuchame bien, en cualquier momento vigilancia alcanzara esos archivos y se darán cuenta de tu problema.
Mientras ella hablaba yo no hacia otra cosa que observarla. Llevaba, por primera vez en su vida, algo no tan ajustado al cuerpo pero, en contrapartida, semitransparente. Me moví para que ella me siguiera hacía una zona de la habitación más iluminada con la simple pretensión de que la luz transparentara un poco más allá de su ropa.
- ¿Qué te pasa Jorge? por dios, ya no sos el mismo de siempre, ¿por qué me miras así? con esa cara de...de...
- No lo sé Inés te juro que no lo sé. No sé lo que me pasa, de repente todas las mujeres de la ciudad me atraen...
- Porque no te sacas esos bultos y listo.
- Tampoco lo sé, algo en mi interior, me dice que si me los extirpo va a ser peor. Pero ese es el problema menos grave; desde que me salieron mi vida ya no es la misma. Mirá te voy a decir lo principal: ¡odio a esa loca con la cual te fuiste a vivir!
- ¿Quién?... A Silvina. Mira no te permito. Silvina no es ninguna loca. Medí tus palabras eh; ella me cuida y vivimos momentos muy lindos juntas.
- Lo sé, lo sé y te creo. Pero nunca me diste la oportunidad a mí de vivirlos conmigo
- ¿Qué decís? No sé bien lo que te está pasando, pero te va a ir muy mal si no vas a la máquina del placer. Y haceme el favor operate así volvés a la normalidad. Yo te quiero, siempre fuiste y vas a ser mi mejor amigo pero no puedo verte así. Todo el mundo sabe que algo raro te pasa.
Ella me miró la entrepierna. Yo sin darme cuenta mirando las protuberancias de su pecho y sus redondeces a contraluz: experimenté otra de esas erecciones de la protuberancia superior y un cosquilleo placentero. Como era visible Inés me dijo.
- Pero… pero Jorge. ¿Qué inmundicia es esa por dios? No podes seguir así, debes sacarte eso. Te está creciendo y muy rápido... me voy, si no pensás decir nada y me miras con esa cara… de… de perdido... me asustas realmente. Me voy.
Y se fue. Golpeó la puerta con furia y se fue. Quedé rodeado de un aroma dulce y atrayente, encerrado entre las paredes plásticas y voluptuosas de mi habitación.
Por un instante todo se oscureció y silencio. La luz estaba encendida, la ciudad pululaba de ruidos, el videófono sonaba, todo florecía, pero lo único que me importaba en la vida, la única luz que necesitaba mi alma se había retirado. Era demasiado.





SEPTIEMBRE

Yo creía que no podía sucederme algo más infame en la vida. Tener esas protuberancias especiales era un castigo divino, pero lo peor recién empezaba. Como la cosa estaba transformándose en una pesadilla sin orilla decidí presentarme a una sesión de placer. La determinación sobrevino porque cada vez que veía una mujer (en especial a alguna de las devotas de las curvas) sentía el cosquilleo y un insoportable afán por abrazarlas, a eso se le sumaba la imposibilidad de estar en una de mis ansiadas luchas grecorromanas porque de inmediato me acaloraba y la protuberancia crecía. Una sesión de placer parecía el remedio inmediato más lucrativo y, además, como premio, frenaría a los de vigilancia.
Antes de presentarme a la sesión del placer llamé a Inés (que surgió completamente desvestida detrás del visor) para comentarle mi medida. Apenas apareció me quede sin palabras, duro, como si presenciara toda la belleza del cosmos al mismo tiempo. Era curioso: con los hombres o las mujeres chatas no me sucedía lo mismo; máxime cuando anteriormente soñaba juntarme con una mujer musculosa y fuerte o un hombre para pelear y revolcarnos en el Do-Jo del gimnasio. Le hablé con la vos tomada por el encanto de la vista de su cuerpo y le dije.
- Hoy me voy a presentar al Placer.
- Ahh, por fin, celebro que te hayas decidido. Pero no creas que es por la multa vos sabes que no es por eso. Yo te quiero como a un amigo y sufro si estas mal
- Yo también sufro.
Ese "te quiero" me fascinó, sonó distinto, o eso creí: pero de improvisto una mano fina se posó tranquila e impune en su hombro y un segundo después el rostro odioso de Silvina aparecía en el visor saludándome y estrechando suavemente sus labios con los de Inés. Sentí repulsión. Silvina se acomodó a su lado y retrajo el visor del videoteléfono. Por un instante terrorífico tuve la imagen de ellas dos sentadas, bien pegaditas y melosas en el ovoide de la pantalla. El codo de Silvina se apoyaba distraído en el escritorio, acariciando desinteresadamente uno de los pechos acolchados de Inés. Al principio sentí placer; después experimente un odio desconocido.
- Jorge: dice Silvina si querés que te esperemos a la salida del placer
- ¡ NO! - le contesté ofuscado - no quiero ver a esa cerca mío - y corté. Los rostros de sorpresa de ellas ante mis palabras ladinas se fueron oscurecieron impotentes. Probablemente esperaban que el monitor no terminase de apagarse nunca esperando que yo les pidiera perdón pero si tardaba más en apagarse iba a ser peor. Silvina me exasperaba.
Unas horas después, cuando las luces de la ciudad descansaban, fui hasta las salas del placer y me acosté temeroso en una de las maquinas. Invertí casi todos mis créditos (ayudado monetariamente por un descuento especial regalo de la empresa) para que me asignaran una de las salas particulares, estilo V.I.P. La camilla de estas salas es más acolchada y las paredes de la sala, segundos antes de la sesión se evaporan, apareciendo los motivos virtuales que uno ha elegido. Yo pedí la soledad rojiza de una porción de la superficie de Marte. Como siempre: el placer fue extremo. Nadie puede explicar lo sentido en una de esas máquinas, el placer alcanzado ahí. El principio básico de este sistema de placer externo, o máquina de Broca como se la llama también, es harto conocido por todo el mundo: estimular el "gran lóbulo límbico" o borde de Broca del cerebro, recargando los receptores con una hiperactividad de endorfinas. En teoría parece simple, pero la manera en que logran hacerlo es uno de los secretos mejor resguardados de la humanidad. Lo cierto es que las personas salen como nuevas. Curadas de cualquier afección del alma. Sin embargo en mi caso no resultó así. Además resistí unos sueños que por momentos me parecieron demasiados reales. Los sueños son remanentes universales en las sesiones de placer, pero no como estos. En aquellos sueño me vi abrazado o tirado en el piso de mi habitación con Inés, los dos desnudos, el cuerpo de ella mojado, y besándonos voluptuosos en la carne. El sueño era incongruente, casi demoníaco por así decirlo. Nadie se besa en los cuerpos ni se abrazan desnudos de esa manera. Sumado a toda esa locura: mi protuberancia estaba dura y, al parecer, mi cuerpo y todo mi ser trataba de acostar a Inés, de abrirle las piernas y tocarle (en la misma zona de mi enfermedad) con mi protuberancia, como si la protuberancia pretendiera por si sola entrar en su cuerpo. Sin embargo, lo ilógico, era que nadie tiene nada en esa zona del cuerpo y mucho menos las mujeres. Pero el placer que experimente ese día no lo había sentido nunca. Fue algo sublime. Hubo un instante en el cual mi cuerpo (yo lo sentía a través del sueño): tembló, y me desperté asustado de tanta satisfacción espiritual. Escapé del encierro mental en que te sumergís cuando te conectas al placer y me desperté temblando, agitado, feliz. Mi protuberancia estaba dura nuevamente, pero algo nuevo me acontecía, algo terrorífico. Tenía toda la zona intermedia del cuerpo mojada. Algo viscoso se había escapado de mi cuerpo justo en el momento de mayor placer en la máquina. Era inaudito; y la vergüenza que me embargó fue asfixiante. Comenzó a sonar un pitido de alarma y el recinto destelló en colores rojos de advertencia. Algo extraño sucedía conmigo. Sabía que de un momento a otro los de vigilancia vendrían y se enterarían de todo, y me las apañe como pude. Limpie la camilla que también estaba mojada con ese líquido viscoso y esperé a los enfermeros tratando de no mostrar el susto que me embargaba. Cuando los médicos y los drods entraron: como pude los convencí que no tenía problemas de ningún tipo. Les hice creer que se me había escapado algo de orina y salí corriendo hasta mi habitación, asustado, extrañado, pero feliz.
Demasiado feliz.





OCTUBRE.

Fue el peor mes desde que me habían brotado esas protuberancias. Los amargos desenlaces del mal comenzaron inmediatamente después de mi visita a la sala del placer. Consumía las horas sigiloso, ocultándome; iba a saunas a observar cuerpos femeninos y también algunos masculinos, esperando encontrar a alguien con el mismo problema que yo, pero no hallaba a nadie. Era el único. El diferente. Me deleitaba mirando a las mujeres empapadas por el vapor. Tomé datos físicos precisos de cada una de las "fems" que detentaban alguno de las dotes físicas que actualmente veneraba y con todos esos datos ingresé en la biblioteca esperando hallar respuestas esclarecedoras sobre el cuerpo humano y de mi mal, pero no hallé nada. Solo un vacío informativo sobre ese asunto. Un vacío casi premeditado, como si una fuerza superior hubiera sumido a la humanidad en una ignorancia total sobre el tema. Quemé mis ojos frente a las pantallas mirando fotos y leyendo. También vinculé mis pantallas y medios a la biblioteca y los miré en mi casa. Toda aquella actividad la realicé a solas, encerrado, procurando, casi como única actividad, no charlar con nadie y tratando de pasar desapercibido. Esta actitud me trajo aparejado infinidad de problemas. Como recibir los malos tratos de mis amigos y conocidos ofuscados por cortarles la atención. Inés llamaba todos los días y trataba insistentemente de chocarse conmigo. Siempre que me la cruzaba decía lo mismo. "¿qué me había pasado?" "¿cómo estaba?" "¿Por qué no le prestaba atención?" y otras cosas. En mi unidad habitacional comencé a tocarme la protuberancia recordando vívidamente las imágenes de las mujeres del sauna. Alcancé un deleite jamás alcanzado con la máquina de Broca. No comprendía la utilidad exacta de ese atributo físico, solo sabía que si me lo acariciaba lo disfrutaba. En mis análisis mentales llegué a la conclusión que todo aquello se debía principalmente a un problema acarreado por las excesivas exposiciones a la máquina del placer. No encontraba otra explicación. Esas protuberancias estaban arruinando mi vida al mismo tiempo que me entregaban un placer extremo y desconocido. Era increíble. Llegué a filosofar sobre la posibilidad remota de que todos tuvieran esos atributos y la conclusión era siempre la misma: la vida sería más placentera para el hombre. No necesitaríamos las sesiones de placer. Por supuesto aquello sería como destruir la principal fuente de recursos de la empresa concesionaria de la mina. Y la forma que tienen ellos de controlarnos al máximo. Más tarde, anonadado, recibí un llamado de Inés diciéndome que se había peleado con Silvina y necesitaba hablar con alguien; asegurándome y prometiéndome un desinterés total por mi problema y una urgencia desmedida por hablar conmigo. Tuve que decidir entre fallarle a nuestro antiguo pacto o desbaratar mi actitud de paria. Al cabo accedí a que viniera hasta mi habitación. Mientras la esperaba: pensaba en la forma de demostrarle la carencia de maldad de mi enfermedad, si se le podía llamar enfermedad. Todo lo contrario pensaba; las situaciones, el placer extremo, la independencia de la máquina, me expresaba a las claras que no podía tratarse de algo dañino.
Inés llegó llorando, vestida nuevamente con esa ropa transparente, aunque esta vez apretada y de color lila. Al principio lloró por la pérdida de su amiga, después, como si todo aquello me pareciera una farsa, retomó mi problema.
- ¿Qué pasó esa tarde en la sala del placer Jorge? La gente está asustada, se preocupan por vos.
- Nunca lo creerías.
- Intentalo. Dale.
- No es eso... Creo, en serio,... ¡créeme! Por favor, necesito que vos me creas. Esto que me sucede no es nada malo. Por momentos pienso que es una reacción natural de mi cuerpo defendiéndose de la dependencia de la máquina del placer.
- ¿De qué dependencia me hablas? No hay nada más lindo en el universo que una sesión de placer.
Me contuve de decirle: Vos sos lo más lindo y continué.
- Justamente, es una dependencia por eso mismo que acabas de decir. Además, no hay nada más lindo porque no conoces otra cosa mejor.
- ¿Cómo cual por ejemplo? Dame un ejemplo y te juro que lo consideraré.
Para ayudarla a comprender mi posición le mostré mis dibujos, los que llegaban al centenar en una ferviente actividad creadora. Durante los días posteriores a mi visita al placer, aparte de recabar datos, me entretuve en mi computadora personal dibujando mis sueños. Dibujos que le presenté a Inés por la pantalla. Aquellos primeros sueños unilaterales se habían transformado en parejas. En estas parejas (dibujadas casi siempre en un trazo fanatizado diría) había un hombre bien diferenciado por su protuberancia y una mujer, también, bien diferenciada por las exuberancias de sus pechos; abrazados o besándose, confundiéndose en una fusión de píxeles de colores. Por momentos una irreconocible masa de obscenidad. Lo más revelador fue mi representación de felicidad, de placer en esos rostros. Había creado una cantidad insoportables de dibujos y todos llegaban a lo mismo: una unión carnal, una fusión epidérmica entre las identidades. Al parecer algo ignoto de mi alma llevaba, a la protuberancia dura de mi cuerpo, a insertarse en el cuerpo de la mujer justo entre sus piernas; e Inés se percató justamente de esa actitud.
- Que asco. Así tan apretados. Y qué es lo que pretendés, lastimarla, vejarla con esa cosa dura, mira si se contagian.
- No, no, no. Nada más alejado de mí que el lastimarlas Inés, entendelo, esto que me pasa es demasiado real, algo así como una memoria genética, no puede ser que tengamos estos cuerpos y no nos sirvan para nada.
- Pero sirven para muchas cosas y son perfectos.
- Me refiero a la diferencias entre hombre y mujer. Para qué existe una diferencia de géneros, si en realidad no existe esa diferencia, somos iguales. Únicamente somos físicamente diferentes cuando alguna se deja esas exuberancias en el pecho y, entendelo bien, ¡se dejan! Salen solas. Es así, vos lo sabes bien. Te inyectan para que tu cuerpo sea como en realidad fue hecho con esas protuberancias. Entendés. Tus pechos no te los pusieron quirúrgicamente, te crecieron y listo, los mismo pasa con el bello ornamental, crece solo.
- En eso tenés razón
- Te dicen que con las inyecciones estimulan el crecimiento de esas células. O sea. El huevo o la gallina,
- Puede ser. Yo nunca sentí que mis pechos no fueran parte de mi o algo que forcé a crecer sino todo lo contrario
- Ves, es porque al no existir una diferencia muy tangible entre nosotros todos buscamos diferenciarnos. Para qué diferenciarnos si somos iguales. Sin embargo la pregunta del millón es... ¿no seremos realmente diferentes? Pero diferentes de verdad. Algo más allá que una simple arbitrariedad lingüística.
Inés se quedó pensativa y yo cada vez me acercaba más hacia su cuerpo. Era sorprendente: mientras hablaba me imaginaba practicando con ella todos los actos representados en mis dibujos y sueños. Y cada vez que ella me miraba, con sus hermosos ojos café, estallaba de placer. Quería tocarla, abrazarla, desnudarla, pero temía su reacción.
- Inés. Creo que el problema que yo tengo es, justamente, la diferencia que deberíamos tener los hombres con las mujeres, además he descubierto que Uds. tienen una especie de canaletita en esa zona.
- Es verdad, una arruga únicamente, pero es inservible.
- Arruga o mas bien cicatriz. Nunca te detuviste ni a mirarla ni a pensar en ello porque a nadie le importa, pero para qué está ahí, para algo debe ser no te parece - yo intuía para qué.
- Yo creía que era algo concerniente a las incubadoras. Probablemente algún tuvo salía de ahí.
Inés me miró. Por un momento creí que entendía. Miraba mis dibujos, principalmente aquellos primerizos donde dibujé a los hombres y las mujeres por separado: los hombres con sus protuberancias (era yo) y las mujeres con sus redondeces (todas con el rostro de Inés) y algo en ella me decía que me creía. Ya no aguantaba más el verla observando esos dibujos tan reveladores con ese gesto de pensativa, de inteligencia que me cautivaba. Y ella sin percatarse logró aquello que me venía ocurriendo últimamente; y le hablé de sus pechos, de lo extraños que eran, y ella se bajó la ropa transparente, y se los acaricié, y fue increíble, y no me pude detener y por un momento creí que Inés disfrutaba igual que yo, y por un instante todos mis sueños de simbiosis físicas entre hombres y mujeres me asaltaron y le di un beso en los labios y la abracé con fuerza hacia mí y me refregué contra su cuerpo y comencé a desvestirla, esperanzado. Sin embargo ella se resistió. No lo estaba disfrutando. Por suerte no tenía mucha fuerza dado que nunca le habían agradado las actividades físicas, pero se resistía.
- No ¡soltame Jorge! ¡Por favor! ¿Qué estás haciendo? soltame.
Pero no la solté. Forcejeamos y la desnudé y abrí sus piernas. Sé que ella, de haberlo querido, hubiera impedido mi accionar. Era una resistencia simbólica, se entregaba protestando. Supongo, justamente, que su intención era demostrarme mi equivocación o comprobar ella misma mi acierto. Ahí manifestaba su completa amistad hacia mí. Yo hice lo que debía hacer; todo al borde de un placer delirante. Pero no pude; por mucho esfuerzo empeñado no pude entrar en ella como en mis sueños y dibujos; me fue imposible. Esa arruga entre sus piernas no tenía fondo, ni se habría mágicamente como yo intuía, y a ella le dolían mis esfuerzos enloquecidos (quería entrar a toda costa) y lloró. Al final yo también desistí mis embates, también me dolía, y también lloré. Me sostuve la cabeza y lloré por primera vez desde el advenimiento de aquel problema. Lloré, ya no por mí mismo, sino por haberle causado daño a Inés. La persona que más quería en el universo. Ella, al rato, se levantó con la cara abarrotada de surcos de lágrimas; pretendía decirme: "Y viste...no tenías razón" pero no se lo permití; le tiré su ropa apretada contra el rostro y la saqué a los gritos y empujones de la habitación. Al igual que en los últimos meses de mi vida: reaccionando como un estúpido. Sintiéndome peor que antes. Pero esta vez peor que nunca. No me había alcanzado con perder la única luz que me importaba en la vida: la había lastimado enfrentándola a un Jorge que todos odiaban, que Inés ahora si debía odiar y que yo, ahora también, deseaba matar.





NOVIEMBRE.

Había perdido toda identidad; a mis amigos y mi privacidad. Por suerte Inés, pese a mis maltratos, no había hecho comentarios sobre mi ataque demencial. Todo lo contrario. En los rostros de nuestros conocidos compartidos se denotaba piedad; un hálito de "pobre infeliz" que me molestaba, pero era preferible eso que las injurias o las persecuciones. Yo sabía muy dentro de mi alma que no podía estar equivocado. Era un sentimiento superior a un presagio o una revelación; aunque jamás tuve alguna de las dos cosas. Eran como los murmullos de mi sangre, algo visceral, y estaba dispuesto a demostrarlo. Justo el día anterior a decidirme, recibí un llamado de Inés advirtiéndome del peligro. Vigilancia había revisado los archivos médicos y venían a buscarme. Los acontecimientos que se sucedieron a la advertencia de Inés fueron curiosos: todos mis conocidos, y algunos desconocidos también, me ayudaron a refugiarme y escapar de vigilancia. Todos defendiendo la idea de que no me merecía una internación. En algún momento aquel suplicio acabaría, era la opinión general, y estaban ayudándome a superar ese instante tan negativo. Fue una muestra de afecto sorprendente. Me ayudaron en silencio, sin presentarse, sin mostrarme sus rostros; pero con la maestría suficiente como para esconderme a salvo en los hangares. Entre una multitud de contenedores de todo el sistema solar y envíos no recibidos. Dentro de mí sabía que algo de Inés había en ese comportamiento de la gente. A nadie le importaba que sentía el otro, pero a Inés sí, ella era demasiado dulce y afectiva, o eso creía. Ya no sabía cuál de mis juicios o sentimientos sobre Inés eran verdaderos o estaban influenciados por el cariño y el deseo que sentía por ella. Per o también había algo que no encajaba en ese primer análisis y llegue a pensar que en realidad todos se comportaban casi diría como si estuvieran manejados por un mandato interno. Una especie de memoria. Un meme. O quizá algo más poderoso, de índole genético.
 Durante un tiempo, no muy extenso, viví en la zona de los hangares apartado de los demás. A veces la rotación del planeta me mostraba la claridad anaranjada de Júpiter, otras la negrura del fondo cósmico y fueron momentos extremos de reflexión y análisis mental. La comida me llegaba a diario de mil maneras distintas. Seria tedioso explicarlas. Lo cierto, y más impresionante aún, fue que mis dibujos recorrieron toda la ciudad. Estaban en todas las habitaciones y en donde uno menos se imaginaba. Aquella ayuda recibida, según entendí, era el pago por mi creación artística. Los dibujos sinceramente eran buenos, en los colores, los matices y para algunos deberían ser muy reveladores o simplemente eran un producto enaltecedor del chismerío y la diversión. Todos querían tener un dibujo del loco de las protuberancias y el mercado negro de la cuidad los vendía y no sé quién (Inés supuse) se las ingeniaban para hacerme llegar un porcentaje de los créditos. Ahí mismo comprendí la inmediatez de un cambio existencial. No podría vivir por mucho tiempo en esas condiciones y preparé mi golpe final. A los poderosos se les había escapado esta actividad clandestina de los habitantes de la ciudad y también se les había escabullido "Yo". Por lo tanto no debería ser muy difícil derrotarlos o asustarlos por lo menos.
Debía destruir las maquinas del placer.
Una vez hecho esto: hallaría la forma de forzar a los poderosos a charlar conmigo y ayudarme o liberarme y probablemente hasta transformarme en un héroe. Pero no ocurrió así. El día que intenté destruir las máquinas de Broca, con un plan bien ideado, utilizando los conductos de ventilación, e invirtiendo todo mí ingenio y sagacidad en la empresa: algo fantástico ocurrió. Había una mujer esperándome en la oscuridad pretenciosa del pasillo y estaba desnuda. No era una mujer común, aunque por momentos lo era. Llevaba el pelo largo hasta la cintura, ondulado y exótico. Tenía pechos, redondeces y vello en el pubis. No tenía el vello púbico clásico de adorno.  No. Esta mujer contaba con la forma exacta. Exactas porque de esa forma la había dibujado yo y así mismo la soñaba: un triángulo de vello negro; y era fascinante. Ese cuerpo uno lo veía y pese a no tener diferencias abismales con otra mujer (no se diferenciaba mucho de un cuerpo de las adoradoras de protuberancias; esos cuerpos que antes odiaba) expresaba un magnetismo insólito, una especie de halo de corporalidad imposible de resistir. La sugestiva mujer caminaba y se detenía entre las sombras, las cuales marcaban sus redondeces lascivas, y me llamaba susurrando mi nombre y yo la seguí. En realidad, como todo hasta ese momento, solo cumplí con las órdenes de mi cuerpo y de mi alma, de mi sangre en definitiva. Mi protuberancia estaba dura y me molestaba a través de la ropa, pero la seguí entusiasmado cuando, de pronto, sentí frío en la cabeza, un golpe y la oscuridad... el vacío.
 Fue en el único sueño en el cual disfruté de esa unión corporal con Inés, y ella respondía a todos mis movimientos y tenía todos los orificios y atributos corporales necesarios con los cuales había estado soñando.






ENERO DE 2127 

Empecé el año feliz. El mejor año de mi vida. Ahora conozco a los poderosos. Vivo con ellos. Con aquellos que se aprovechan de los demás. Y todos gozan de esa "sexualidad" como la llaman. Los hombres: con cuerpos similares al mío; y las mujeres: con sus redondeces y esa arruguita extraña abierta del pubis con su profundidad ardiente... y son hermosos. He conocido placeres que jamás conocería con las maquinas del placer. Universos de ternura indescriptibles. Y tan solo uniéndome carnalmente con otra mujer. La razón por la cual la gran mayoría de las personas viven y mueren sin conocer este universo es difícil de digerir. Ellos, los poderosos, afirman que traen odio, competencia, enfermedades, guerras, ocio, vulnerabilidad genética etc. etc. etc. Cosas imposibles de asegurar si no se conocen. Lo cierto es que el pináculo de la civilización vive como yo vivo ahora. Y según opinan ellos mismos: "es necesario para la especie un grupo de seres en esta forma". En realidad los hombres somos así: "sexuales" y los demás "asexuados" serían un subproducto. Yo fui, según me dijeron, una falla. Los controles genéticos presentan algunas fallas en el transcurso de los años, un embrión perdido, latente, que resiste los cambios y en un momento indeterminado brota. Algo así, salvando las distancias, como el eslabón perdido. La mayoría de estas desviaciones ocurren al nacer, en las marismas de incubación, y a esos niños se los llevan a este mundo oculto de control. A otros les sobrevienen, como me pasó a mí, cuando ya son adultos. La mayoría no lo resiste y se suicidan o enloquecen. En mi caso la reacción fue diferente y casi se les escapa de las manos a los poderosos "sexuales"; especialmente por mis creaciones gráficas. Pero lograron controlarme a tiempo y no me volvieron a mi anterior identidad ni me mataron: porque a muchos les pareció un desperdicio de talento; solo eso: un desperdicio. Me capturaron con una trampa de tipo caza-bobos. Pusieron la mujer de mis sueños de carnada y listo. Lo curioso fue que esa mujer era Inés. Si Inés. Por supuesto mucho más sorprendida que yo. La secuestraron una noche de su habitación, le explicaron todo y la utilizaron para capturarme, "salvarme" según dice ella. Fue ella quien me explico todo esto. Y ella misma con su practicidad acostumbrada me llevó a elegir este mundo. Y nos juntamos. Sumándole, ahora, una fusión carnal a nuestra unión. Al fin y al cabo “tenías razón Jorge”, me repetía Inés a diario. 
De los pobres habitantes "asexuados" del mundo y especialmente de los mineros de "Io" no tengo compasión. Es algo de lo cual constantemente me autocastigo. De haberlo querido los hubiera ayudado, ellos lo hicieron por mí, pero esto que vivo ahora es hermoso y no lo voy a cambiar por nada del mundo. Mucho menos por la lealtad. Igualmente todos tienen su oportunidad. Si llegas a lo alto, si sos exitoso, accedes sino, bueno, sos uno más. Sinceramente yo no era infeliz en mi condición anterior, no conocía esto, es cierto, pero era feliz. Lo mejor de todo fueron unas palabras que aprendimos a decirnos con Inés, tan diminutas pero tan inconmensurables, y tan simples como hermosas y ella me las repite a diario:
- Te amo - me dice
- Yo también te amo - le contesto.




9 comentarios:

  1. Muy bueno me encanto. Usar la sexualidad para controlarnos me parece un gran acierto quiza deberias decir que el cuento trata de un mundo sin diferencuas sexuales y a un hombre l sale un pene de seguro tendrias mas lectores.

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  2. Me encanto. El tema muy interesante y la trama muy ingeniosa.

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    1. Muchas gracias Maria Luisa Ramirez. Ojo que quiza suceda. La idea original era escribir sobre alguna manera de controlar al trabajdor en un futuro no tan lejano.

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  3. desopilante atrevido y realista a las conscriptas imaginarias del ser

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    1. Gracias Ari Benu muchas gracias. El genero fantastico y la ciencia ficcion son quiza un de las mejores herramientas literarias para imaginar, crear y de paso tratar de decir algo.

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  4. Es un continuo descubrimiento y conocimiento cuyo desenlace es el amor:la verdad..

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  5. 😊Me encanto, nunca lei algo semejante.

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    1. Gracias Liliana. Es gratificante tener una lectora de mis escritos. Muchisimas gracias y si tenes criticas o comentarios o propuestas no dudes en hacerlas que siempre ayudan.

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  6. Gracias a vos Daniel, tendre en cuenta eso de las criticas, pero ahi pierdo, no tengo tanta experiencia, soy novata😀,pero me cautivaron tus escritos :es que habia algo que me faltaba,gracias

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