Este cuento es especial para
mí porque lo escribí hace tiempo. Después lo corregí, lo cambie un poco y lo pulí
solo para descubrir que en realidad seguía siendo el mismo. A veces nos atamos
a personas y cosas cercanas sin darnos cuenta de hasta qué punto dependemos de ellos. En
este caso quizá es un extremo casi imposible, pero creo que muchas personas
son así. ¿Conocen a alguna?
Solo la piedra.
“Ni yo
lo tengo claro realmente”.
Algunas personas dicen que
la mejor manera de alivianarse de los recuerdos negativos, de aquellos huecos
de tormenta que han quedado varados en el alma es recurriendo a un amigo.
Hablar con alguien que tenga un profuso conocimiento sobre nuestro espíritu y
el tiempo indispensable como para escucharnos. Por eso le escribo. Porque usted
es el indicado; y goza, a mi criterio, de un exceso de tiempo libre y creo,
también, de abultada sabiduría.
No sé si usted recuerda con
tanta amplitud como yo los detalles del día en que se cimentó mi amistad con la
estatua; el día en que mi vida cambio de la misma manera como una crisálida se
transforma en una mariposa. Yo aún todavía lo recuerdo. Recuerdo aquel sublime
soplo de mi existencia como si hubiera ocurrido ayer. Es que, por desgracia, no
gocé de tantos segundos aduladores en mi vida como para olvidarme de ellos con
tanta facilidad.
Sé que Ud. muchas veces procuró llamar la
atención de mis sentidos hacia la estatua de la escalera. Sin embargo yo no
supe escucharlo o, probablemente, todavía no estaba preparada para encontrarme
con ella.
“Creo que no era el momento…
ocurrió cuando debía ocurrir”
El encuentro aconteció una
tarde calurosa, viscosa. ¿La recuerda? Yo bajaba por la escalera (hacia la
cocina) rebotando distraídamente los dedos de la mano en la balaustrada de la
baranda. Los golpes secos en la madera lustrada duplicaban el ritmo de mis
piernas. Cuando llegué al descanso el descubrimiento de la estatua vino
acompañado de un susto, como cuando una viene compenetrada en sus pensamientos
y algún objeto (una puerta, un ventilador, un mueble) instantáneamente ocupan
la realidad y creemos que chocamos contra él y nos agachamos o cubrimos con los
brazos como si el objeto en cuestión fuese a caernos encima, a partirnos la
boca de un golpe. Recuerdo que salté a un
costado esquivando aquella figura blanquecina, gritando del susto.
Afortunadamente solo se trataba de la estatua lechosa de la escalera. Por un momento
me quedé estática examinándola. La observé, créame, como jamás había
contemplado a nadie. Descubrí en ella cosas que habían pasado desapercibidas
hasta esa ocasión. Como que tenía una tonalidad más opaca de lo que en realidad
me había parecido: una simple mancha blanca en el descanso de la escalera. Esa
mujer de piedra me sorprendió, no tenía brazos y estaba medio desnuda
cubriéndose las piernas despreocupadamente con un velo.
“Sigo
sin saber por qué el escultor le puso ese velo ahí... ¿Por qué ocultó sus
piernas dejando todo lo demás al descubierto? ¿Por qué? ¿Tendría feas piernas
la modelo? Realmente nunca lo sabré”
Hasta el día de hoy sigo sin
comprender qué encontró mi alma de auténtico en la estatua para no poder
separarme de ella de por vida. A veces se lo atribuyo a esa cierta
independencia denotada por sus eternos gestos; o a la desfachatez para posar
desnuda en la casa a la vista de todos; o, posiblemente, a que no me imponía un
modo de conducta. Posiblemente nunca lo sabré, pero ocurrió.
La noche en que inserté a la
estatua en mi vida no fue exclusivamente culpa mía. Ud. sabía el miedo que le
tenía a la oscuridad. Y cuanto le exigía que por favor no me dejara sola en la
habitación. Sin embargo, usted, pretendiendo una fingida sordera cósmica solía
abandonarme sin piedad y a mi suerte. Creo que si solamente hubiese sido esa
sordera, si solamente el no prestarme atención o desampararme fuera lo único
negativo de su parte: mi vida, hubieran tenido otro matiz.
“Y no se lo recriminaría”
Pero no era lo único: además
de dejarme sola en la oscuridad de la noche usted pérfidamente incrementaba
etéreos controles ocultos del sonido ambiental y los ruidos se tornaban
desagradables e insoportables. Y algunos de esos ruidos, le puedo asegurar, era
tan insidiosos y reiterativos que atemorizaban. Otros demasiado desmesurados y
tenebrosos como para pertenecer a este mundo. Sin embargo, ahora, cuando ya el
tiempo me alcanzó pigmentado de madurez interpretó que muchos de aquellos
ruidos eran producidos por obra y magia de mi imaginación asustadiza. Tenga
usted presente que mi habitación observaba la calle y a través de las ventanas
las ramas del veterano sauce de la vereda cobraban una maléfica existencia para
una personita debilucha y solitaria como yo. Eso fue lo que sucedió la noche
del comienzo de mi amistad con la estatua. A mi padre y al abuelo les había
implorado hasta el cansancio que no me dejaran sola. Yo les decía que en el
sauce de la vereda respiraba un monstruo maligno con la única función aparente
de atormentarme. Pero ellos alegremente me contestaron: "hija los
monstruos no existen y los árboles no cobran vida así porque sí"
“solo eso me dijeron... insoportablemente austeros... como si yo
estuviera mintiéndoles... uno no miente de chico... solo fantasea”.
Desde ya que no les creí una
sola palabra y más adelante me aseguraría fehacientemente que los monstruos
existen y asimismo aprendería que muchas personas mantienen espectros inicuos
respirando al abrigo de sus corazones. Me costó lágrimas de insomnio dormir esa
noche. Perturbada y asustada no pude pegar un ojo hasta la madrugada; y pese a
solicitarle su ayuda como, habitualmente clamaba cuando era pequeña, a usted
también pareció no importarle. Hasta que, casi cuando el sol animaba la mañana,
recordé a la mujer semi-desnuda de la estatua y la imaginé ayudándome y
peleando contra el monstruo del árbol hasta vencerlo. Aquella, le puedo
asegurar, fue la noche más feliz de mi infancia y el día en que reconocí a la
estatua como indisoluble parte de mi vida.
“Estaba sola... entiéndame... si una niña me hubiera dicho que veía
arboles moviéndose y monstruos extraños por los techos yo le habría creído...
en su mente esas visiones existían y con eso solo me hubiera alcanzado para
creerle”
Después de aquel episodio
los días se agotaron con furia y fui a preguntarle a mi padre quién era o fue
la mujer de yeso que adornaba la escalera. El contestó no saberlo. Pero cuando
años atrás la había visto en una feria de Plaza Italia se sintió poderosamente
atraído hacia ella. “hechizado” fueron sus palabras exactas; y la compró de
inmediato. La estatua, artísticamente hablando, no parecía una escultura de
renombre, es cierto. Más bien se asemejaba a un enanito de jardín, aunque mejor
logrado. Asqueada de soledades le solicité a mi padre que me la obsequiara
explicándole la razón esencial de mi interés. Como todos los padres del mundo
él reincidió con su retórica sobre la vida, la imaginación y todas esas
vicisitudes sobre la inocencia que tanto precisamos de grandes pero ya hemos
vivido demasiado como para volver a gozarlas y accedió a dármela con la única
condición de que le jurara no creer más en la existencia de fuerzas retorcidas
dentro del árbol. Exaltada se lo prometí; y lo mejor es que cumplí, aunque no
fue por un ardid leal de mi conciencia sino: por obra de la estatua. Piense
usted cuánto necesitaba a la estatua realmente. Y piense, retrospectivamente,
objetivamente, si yo, con sólo seis años de edad, tuve algo de culpa en aquella
necesidad.
La tarde que instalaron la
estatua en mi habitación lucía fantástica erguida en su pedestal de madera.
Puse todas mis muñecas y ositos de peluche rodeándola como si ella fuera la
madre de todos y al mismo como si se tratara de una hija mía. ¿Se acuerda? Por
la tarde me desagradó un poco la sombra que proyectaba su cuerpo inanimado
sobre la pared. Y a la noche, cuando encendí la luz, la sombra se alargó como
intentando escapar por el techo y experimente un extraño presentimiento de
claustrofobia. Pero como necesitaba la estatua para vencer mis miedos me armé
de valor. Todo aquello terminó con el comienzo de una relación indestructible
con la estatua. Relación que aún hoy me cuesta entender.
“Cuanto la necesité realmente... nadie ocupo su lugar... ni siquiera
usted... que diría el viejo tan católico como era si me escuchara... pensarían
que estoy loca de necesitar un monstruo... Qué digo un monstruo? tiendo a
sobredimensionar las cosas... siempre igual”
Los recuerdos se diluyen
como el hielo ahora que, creo yo, he superado la subyugante opresión de la
estatua. Recuerdo cuando la vestía con la ropa de mis muñecas y la cambiaba como
mínimo una vez por semana. Me encantaba vestirla a mi manera.
“Ella fue lo único que podría decir controlé en mi infancia...y la única
que no me imponía una forma de ser”.
Desdichadamente quemé todas las
fotos que poseía de ella. Sería agradable tenerlas a mano; ver como lucía con esos
vestidos de princesa. Recuerdo que seminalmente la vestía como una niña.
“Yo también era una niña... seguro eso fue lo que pensó... era
inquieta... sobradora... aunque ahora ya no lo parezca”.
Conforme el tiempo fue
consumiéndose empecé a vestirla con ropas más prometedoras. En cuarto grado le
fabriqué un bombachon ¿Se acuerda?. A mí me divertía hacer gimnasia mostrando
mi cola sujetada animosamente por un bombachon negro a los chicos del grado.
Hoy no sé si realmente a ellos les gustaba o les causaba risa. Siempre, muy a
pesar de usted, fui una descocada mal comprendida. Usaba ropa provocativa
creyendo en la efectividad de ese camino para cautivar a los hombres, pero
estaba equivocada, muy equivocada.
“nunca me dio resultado... ambos sabemos que gocé de una pobre
sexualidad hasta estos tiempos”
En particular de aquellos
años recuerdo una compañera de 6 grado, Marisa, la rubia y alta que con solo 11
años de edad ya había menstruado. Una niña terriblemente desarrollada para su
edad que detentaba unos pechos enormes y tiesos como montañas. Un atributo que
solo le traía aparejado las burlas y las risas de casi todos los varones del
colegio.
“pobres tontos no sabían... no entendían... ni se imaginaban que más
tarde iban a morir por pechos como esos... qué envidia”.
A mí me hubiera fascinado
tener ese cuerpo. Yo le habría dado el uso para el que seguramente fue
modelado. Aunque solía envidiar a Marisa también la idolatraba; todas las
chicas la veneraban. Mientras fuimos creciendo entramos a imitarla.
Falsificábamos exactamente todos sus movimientos. En lo personal: hasta su
desenvolvimiento con los chicos era extremadamente maduro, por eso la emulaba.
El día que cumplí once años y pisó mi habitación y vio la estatua vestida como
yo me vestía me dijo provocativa: "Que linda que es, me gusta. Tiene un
cuerpo hermoso ¿Por qué razón la vestís con todas esas porquerías?, es más
seductora como fue hecha, como debe de haberla visto o soñado el escultor ¿No
te parece? Con lo suyo, no con esa ropa apretujada y ridícula como la
vestiste".
“Algo así como decirme niña tonta… y al mismo tiempo no es la ropa lo
importante sino el interior”.
Sé que sus palabras no
fueron expresadas con maldad ni ánimo de ofender, todo lo contrario. Además
tenía razón, mucha razón, pero lo dijo ella, "Marisa", y la odié por
eso y más provocativa comencé a vestirme, y más ridícula debo de haberme visto
al crecer.
Cuanto lamento realmente
aquella actitud de mi parte. Aunque más tarde como para nivelar comencé a
vestir a la estatua como si fuera una monja. La bajaba de su pedestal de diosa
y le manifestaba, aciaga, lo espantosa que se veía. Esta actitud lúdica de la
estatua me servía de ayuda silenciosa para calmarme los nervios cuando mis
padres me retaban
“y no fueron pocas las veces ufff... si ahora recuerdo bien...como se
enojaban conmigo y el viejo me gritaba con aquel vozarrón suyo tan
característico; y el susto, el miedo que esa terrible voz se transformara en
una paliza con la misma intensidad me paralizaba el habla y todo movimiento de
mi cuerpo por unos cuantos minutos.. .lo único que atinaba a hacer era asentir
y obedecer... pero que poco caso le hacía”
Me encerraba en la
habitación, la desmontaba de su altar, la desvestía, y comenzaba a propinarle
una cascada de improperios y golpes (cachetadas casi siempre) atribuyéndole a
ella la culpa de todos los males acontecidos en mi vida, como si ella me
hubiera instado a realizarlos.
“La maldita terminó vengándose de esos maltratos... y de qué manera”
Recuerda aquella vez, en la
primaria, cuando revolucioné la dirección con mi presencia; y a raíz de esa
visita a la dirección en mi casa me mandaron a dormir sin mirar la telenovela y
sin comer en medio de una catarsis de gritos, lloriqueos y golpes de mesa. Haga
memoria. Lloré durante toda la noche y consideraba que no había hecho nada malo
como para atribuirme la culpa de todo. “fue
en defensa propia”. Yo solamente le había roto la nariz a ese imbécil, el
petiso, que ahora no recuerdo como se llamaba, “usted quizás si recuerda su nombre... bah, en realidad, nunca supe su
nombre... no merecía mi atención”. El desgraciado pellizcó mi cola como si
nada, como si mi cuerpo fuera parte de su vestimenta; eso fue lo más denigrante
del acto sin duda alguna. Por eso le pegué. Se lo tenía merecido y para colmo
terminé siendo yo la detestable del día. Hoy confirmo que fui una tonta por no
animarme a contar la verdad en la dirección, ni confiarle a nadie la razón
exacta de mi acto. “no: miento a ella si
se lo conté... por supuesto... la castigué... la reté... que loca... la puse
boca bajo en mi cama tapándole la visión… ¿Qué visión?... ¿Qué visión le
estaría tapando?”.
Me castigué a mí misma.
Ahora intuyo la razón de mi mutismo exacerbado: fue por resguardar mi pudor.
Por la noche lloré sin consuelo y, como la congoja no mermaba, me acosté con la
estatua apoyada en la almohada y gracias a su compañía más tarde me dormí,
destapada, con las sábanas empapadas en sudor y lágrimas. No tuve pesadillas
esa noche. ¡Increíble!. Al mediodía al despertar y levantarme quise desearle
buen día a la estatua y observé al pedestal solitario como un monumento a la
inutilidad. Hice memoria, recordé los hechos nocturnos y casi desfallezco del
susto. Bajé corriendo la escalera hacia la cocina donde mis padres desayunaban
tomándolos por sorpresa con mis gritos. Ante mis enloquecedoras preguntas sobre
el paradero de la estatua me contestaron con ligereza: "Hija, a la estatua
la encontramos volcada sobre el piso a la madrugada, al borde de tu cama con la
cabeza rota y decidimos tirarla a la basura sin preguntarte. Disculpanos, pero
era lo mas lógico". Al principio no comprendía bien lo que decían. Desorientada,
en medio de la cocina, semidesnuda, con las miradas de todos clavadas en mí
esperando alguna de mis características reacciones imposible de controlar, me
quede muda mirando la nada. En los rostros de mis padres se dibujaba el
fantasma del error; del qué hemos hecho.
Después como si mi cerebro rompiera las cadenas del impulso: empecé a gritarles
" SON UNOS DESALMADOS", por no haberme consultado y
"MUÉRANSE".
Sin pensarlo corrí hasta el
garaje donde amontonábamos la basura y encontré una bolsa de residuos con la
forma humana de la estatua. Al levantarla, de los nervios, se resbaló de mis
manos quejándose peligrosamente contra el piso de baldosas como una sandía
hueca. Al fin, cuando pude desatarla, temí que el destrozo fuera irreversible y
experimenté un pánico desmedido de imaginarla sin cabeza. Por suerte no fue
para tanto; la arreglé, uní la cabeza con pegamento para cerámicas y, a
exceptuar por una línea oscura abrazándole el cuello, quedó como nueva. Después
resolví el dilema estético fabricándole unos collares ajustados con fideos de
colores ¿Los recuerda? le quedaban hermosos
Aquel trágico episodio fue
la demostración cabal de que mi padre no soportaba a la estatua y el principio
tácito del pensamiento: " La estatua no es una buena influencia en la
educación de mi hija. “Cuánta razón tenía
pobre viejo”. Mientras vivió mi padre procuró con todos los medios posibles
a su alcance liberarme de la estatua; aunque no obtuvo resultados no olvidaré jamás
lo acertado de sus apreciaciones, y solo que lo hacía por mí. Nunca lo
olvidaré.
Usted sabe cuánto lo
intentó. Como aquella tarde, cansado de tratar de convencerme, que la secuestró
y la escondió porque no estaba tan seguro de mi posterior reacción si la
tiraba. “Suerte que la escondió... no sé
lo que hubiera pasado si la hubiera desaparecido... habría sido caótico...
¿Habría llegado a pensar en matarlo?... quizás... no lo sé” Yo, inclemente,
no probé bocado por una semana; ni siquiera cuando días después me la devolvieron
temerosos por mi salud emocional. A partir de ese momento, prevenida, cerré con
llave la puerta de mi habitación. Es cierto que con mi padre tuve muchas peleas
por la estatua, pero le fue imposible torcer esa situación tan desfavorable.
Al año mi padre falleció y
la casa me quedó grande. Sólo me acompañaba, incondicionalmente, la estatua y
ese vínculo se fortaleció hasta extremos insospechados.
Cuando años más tarde decidí
que a la locura es mejor soportarla en compañía de un hombre y casarme, harta
de salir con chicos de todos los tamaños edades y calañas: le solicité ayuda a
la estatua. En ese período de mi actividad emocional me había comprado un minúsculo
departamentito con el espacio suficiente como para aguantar un sólo cuerpo; con
la estatua radicalmente apoyada en la mesita de luz de la pequeña habitación;
lo más cerca mío posible. El departamento era un poco incómodo, pero me dio
muchas satisfacciones. Ahí le presente a la estatua al que luego sería mi
esposo y padre de mi única hija: Malvina. La idea seminal era que la estatua
sirviera de prueba con Carlos; pero, sin imaginármelo, sucedió que Carlos, al
verla, expresó lo hermosa que le parecía la estatua. Esa reacción suya fue
fantástica porque no solamente lo dijo: lo aseveraban con absoluta lealtad sus
expresiones. Además a Carlos le encantaba todo lo relacionado con la pintura,
la escultura y el arte en sí. Yo solo quise saber si Carlos consideraba que la
estatua quedaba bien en la mesita de luz y noté que realmente le gustaba, que
no fingía esa apreciación. Fue su peor error. Rápidamente se vino a vivir
conmigo y al poco tiempo nos casamos.
Al principio nuestra
relación fue sensacional. Nos llevábamos de maravillas y vivíamos en una nube
de amor. En cuestión de piel nunca nadie me produjo esa sensación de bienestar
con sólo tocarlo. Me encantaba. También me enloquecía su torso colmado de pelos
enrulados. Siempre me gustaron los hombres que pueden lucir una pechera peluda.
Mi padre tenía el pecho velludo y yo, ya desde beba, me quedaba los fines de
semana dormida encima de su pecho jugando con sus pelillos mientras él miraba
el fútbol por televisión. Aquel atributo físico de Carlos no era la
exclusividad del poder de seducción que imponía sobre mí. Como dije: era
cuestión de piel.
Con ese ritmo infligido a mi
vida la relación con Carlos no podía durar eternamente como te impone la
iglesia y las buenas costumbres. Al poco tiempo de casarnos a Carlos comprendió
la verdad sobre mi dependencia emocional con la estatua, sin embargo, por el
gran amor que me profesaba, lo pasaba por alto. Igualmente su conformismo
gradualmente se fue transformando en hastío. “Es lógico se hartó de vivir con una loca que hablaba con las piedra”.
No le gustaba que yo hablara con la estatua como si esta fuera mi hermana y,
asimismo, que dependiera tanto de ella; hasta el punto de no encarar nada nuevo
en mi vida sin el permiso tácito de la estatua. Recuerdo que era algo imposible
de creer. Lo primero que se me cruzaba por la cabeza cuando nos íbamos de
vacaciones era la estatua. La llevaba con nosotros viajando en el coche, entre
mis piernas, sufriendo todo el tiempo por si se rompía o rayaba. “Le tenía miedo en ese entonces... estoy
segura que le tenía miedo”. Cuando llegábamos al departamento alquilado
primero la acomodaba donde estuviera segura y lo más cerca posible a mí sin
molestarlo a Carlos y recién ahí procuraba resolver los demás problemas del
viaje. Con Carlos experimentamos momentos de gran tensión por la estatua. “Algo que se repetía con todo el mundo”. Y
él constantemente utilizaba a la estatua como escudo en todas las discusiones
que sobrellevábamos. Cuando nació Malvina tuvimos un mínimo momento de paz en
nuestras vidas. Un tiempo en el cual mi mente no tuvo espacio de interés para
la estatua. Como toda madre tus hijos ocupan todos tus pensamientos. Pero al
final la inconsciencia halló tiempo de atención para la estatua hurtándoselo a
Carlos. “Otro de mis más grandes
errores... pero lo hacía sin pensarlo... ojalá algún día él me perdone”
Como Ud. habrá deducido
nadie, en su sano juicio, podía aguantar a una persona con tamaña locura por
mucho tiempo; ni derramando todo el amor y comprensión del universo. Cuando Malvina
cumplió seis años Carlos desgraciadamente me abandonó por una jovencita de 25.
Una chica que no tenía una estatua opresora para reemplazarlo y, como a todo
hombre mayor le sucede, al que le deslumbró con su juventud.
Aunque Malvina no había
madurado lo suficiente como para vaticinar el trágico futuro que le esperaba a
mi lado tampoco podía torcer esa situación desfavorable. El cimbronazo causado
en mi vida por la separación de Carlos fue poderosísimo. El único amparo que
encontré, créame, fue la estatua. Malvina, como todo el mundo, tampoco pudo
acostumbrarse a ella. Me apegué tanto a la figura de esa mujer de yeso, que
casi no le prestaba atención a mi hija. Nunca me percaté de los problemas y
sufrimientos de Malvina. De cómo se desenvolvía en el colegio; y mucho menos de
los avatares de su adolescencia. “Pobre
no era que no me enteraba; no la escuchaba.. no existía para mí... que
aberrante.. llegar a que tu propia hija no exista... ¿Cómo pude?.
Siempre me asaltan imágenes
difusas de Malvina contándome algo o solicitándome ayuda, retirándose ofuscada
por mi desprecio y desatención, llorando silenciosamente. No entiendo cómo Malvina,
con todos esas trabas psicológicas, hoy es una persona de bien, una persona
centrada y madura que controla hasta el hartazgo sus movimientos como un reloj
suizo. “Después dicen que los hijos son
un fiel reflejo de los padres... que suerte que Marce no tiene ni una pizca de
mi personalidad” ¿Usted considera que algunas personas nacen con la fuerza
de voluntad y la entereza psicológica necesaria para resistir cualquier
adversidad y otras nacemos considerablemente frágiles como yo? “Seguro que síí.. completamente”.
Lo peor para Malvina fue
cuando conseguí trabajo. Si mi alma estaba dedicándose enteramente a la
estatua, imagínese el esfuerzo espiritual de Malvina para resistir el no estar
siquiera físicamente conmigo; no tener una presencia de madre. A raíz de estos
acontecimientos mi hija también se marchó; cumplió los 16 años y me abandonó.
Se fue a vivir sola. No se marchó antes, creo, para que yo pudiera recibir el
dinero enviado por Carlos como pensión para su manutención y que Malvina sabía cuánto
yo necesitaba. Recién cuando estuvo segura que yo había conseguido un trabajo,
y como no le agradecía ni le prestaba interés alguno, se fue de casa. Tuvo un
comportamiento tan noble conmigo que jamás voy a olvidar. “Ttodos los seres que amé de verdad en mi vida me fueron dejando... estaba
ciega y nada me importaba... que estúpida… creer que me las arreglaría sola con
la estatua... pobre Malvina... pobre).
En el amanecer de mi soledad
pasé años de felicidad. Ahora comprendo que solamente fue tranquilidad y nada
más que tranquilidad. La verdadera felicidad te la entrega una familia; alguien
a quien amar y que te quiera sin pedirte algo a cambio. La misma familia que, involuntariamente,
pero negligentemente había arrojado en un insondable pozo sin fondo. Como
corolario de esa soledad tras unos años de vacuidad emocional la estatua me fue
hastiando. Casi sin darme cuenta de ello.
Para hacer los días más
llevaderos les agregué una nueva dimensión: me llevé la estatua al escritorio
que había ganado con mucho esfuerzo y empeño en la empresa petrolera donde
trabajaba. “De paso recuerdo que quedé
bien con el gerente... al tonto le gustaba como quedaba la estatua debajo del
logo de la compañía... que tonto”. De esa manera no estaba conmigo por las
noches. No sé si auxilió en algo a mi vida aquella innovación, pero descubrí
que podría llegar a vivir sin la estatua, aunque todavía marcaba los ritmos de
mi alma.
Muchos años de soledad son
venenosos para el corazón, es cierto. Y como por arte de magia alguien se fijó
en mí pese a mi negativa de no romper las paredes de mi inconsciente auto-encierro.
No hacía otra cosa que ir del trabajo a mi casa; cocinar y dormir y nada más.
Permanecía en la oficina hasta las desfallecientes horas del día y no era por
cobrar horas extras: era exclusivamente por un trabajo inservible o que yo
misma inventaba como excusa para quedarme más tiempo ahí dentro. No se trataba
de una necesidad económica: lo hacía con el diáfano propósito de estar cerca de
la estatua. Si la serie de acontecimientos que sucedieron en mi vida, a partir
de ese momento, hubieran acontecido unos años más tarde: me hubiera mudado de
por vida a la oficina. Había algunos compañeros que se quedaban igual que yo
hasta cerrada la noche y lo hacían, también, por llegar lo más tarde posible a
sus casas. La mayoría de esos "super-trabajadores" se llevaban mal
con sus parejas o sufrían algún problema conyugal indisoluble y, lo suficientemente
insoportable como para, inconscientemente, no querer llegar temprano a sus
viviendas. A veces no querían ni entrar
a sus casas. Muchos tienen ese comportamiento, créame, son infelices y se
refugian en el trabajo. “Yo era una de
ellas... sin lugar a dudas”. No era una persona infeliz, aunque tampoco
buscaba la felicidad y a diferencia de muchos me refugiaba en una imagen de
yeso. “Que demente... que ilusa”.
Consumí mis treinta años y
el tiempo arremetió con sus aires de venganza y dominación presentándome a
Manuel. Si todas las tormentas del mundo soplaran al unísono no podrían causar
más estragos de los que podía causar un solo hombre: Manuel. ¿Por qué razón mi
vida se pegó siempre a esos caminos tortuosos? ¿Por qué? ¿Usted lo sabe? ”Alguien tiene que saberlo... ¿Es el
destino?.. No, no creo… burlamos al destino… lo vamos modelando... eso también
es cierto”.
Manuel era poderoso,
atractivo, flaco y arrogante. Con el cuerpo nudoso, musculoso. Principalmente
por sus brazos que imitaban las uniones fibrosas de los muebles de caña. No
sobrevivía una sola gota de grasa en su cuerpo. Manuel era de esos hombres que
recuerdan las cortinas de un departamento al verlos vestidos, pero desnudos,
sus pequeños músculos se les notan al más mínimo movimiento y una piensa en el
dolor que deben estar sintiendo; que si no tuvieran piel sería lo mismo.
Coincido con Ud. en lo que
está pensando: a todas las almas que desfilaron a través de mi vida no las
traté como se merecían, no obstante, sostengo, creo que ya aboné mis culpas
viviendo de una manera atípica y difícil. No creo que mereciera saldar las
culpas de esa manera. Pero así aconteció. Manuel arribó a mi vida y su llegada
fue peor tormento que una vida llena de incertidumbres. “Como debió de sucederles a todos los que se me acercaron demasiado”.
Manuel, al principio, fue la persona más dulce, considerada, agradable y
respetuosa del universo. Después fundió el disfraz y brotó su personalidad
autóctona: un psicópata pervertido. Cuando desembarcó en mi vida, arrasó con
todo. Principalmente con la cautela. Al otro día de conocernos estaba viviendo
conmigo y no se marcharía por muchos años, ni siquiera cuando desapareció. Dado
que encajonó su demencia en mis pesadillas.
Sin pensarlo regresé la
estatua a casa y la devolví a su antiguo posición, la mesa de luz, pensando en
agradar a Manuel. Me equivoqué de llano: a él le pareció despreciable; pero no
le tomé importancia a su apreciación: todos reaccionaban igual al comienzo. No pasaron
unos tres meses de conocernos y vivir juntos cuando Manuel comenzó a
atormentarme, a transparentar, a desteñir su amabilidad. No me permitía vestir
a mi antojo. ”El maldito dió en el
clavo... como si me conociera de antes”. Tiró toda mi ropa que había atesorado con devoción por años incluyendo
las prendas de la estatua (manufacturadas por mí la mayoría) obsequiándome unos vestidos negros espantosos
totalmente cerrados de los pies hasta el cuello. Cuando me los enseñó, creí que
me estaba cargando. Pensé que era una broma de mal gusto montada para
fastidiarme, un juego. Más tarde, al abrir mis armarios, comprobé aterrorizada
que lo único que quedaba eran esos sombríos vestidos. Esa noche de lágrimas me
dijo: "si mañana al despertar me levanto y no te encuentro vestida como yo
quiero la vas a pagar caro" Acentuando "pagar caro" con un
movimiento malévolo de sus cejas. Cumplió con su palabra; el desgraciado, con
una impunidad sin par, me propinó varios cachetazos con la mano abierta y de
revés. Lloré como nunca y caí sobre la cama aturdida. Le rogué que cambiara su
idea llorando como una oveja antes del sacrificio, pero igual debí vestirme de
esa manera tan recatada exigida por él. En ese tiempo yo pensaba solamente en
agradarle. ”Estaba tratando de no ser
como antes.. una desconsiderada... temía perderlo”.
Manuel cometió incontables
actos enfermizos conocidos por usted. No voy a detallarlos todos aquí. Sólo
mencionare uno en especial: cuando me sujetaba de los brazos y las piernas a la
cama, boca abajo, lastimándome las muñecas con las cuerdas y me pegaba en las
nalgas con el cinturón hasta dejarlas coloradas y ardientes del dolor. Yo
asistía a esas vejaciones voluntariamente; aquello a él lo excitaba. Mientras
me pegaba desnudo manoseaba su excitación delante de mí ante cada golpe. Para
peor, un día, mientras llevaba a cabo ese acto, ocultó la estatua con una
toalla y no me permitió sacársela nunca mas.
”Se vengaba... la maldita estaba vengándose”.
En realidad Manuel hacia
esto para ocultar los ojos de la estatua. Aseguraba que el rostro de piedra de
la mujer lo observaba con mala cara. Yo igual lo amaba, no tenía otra opción.
Intenté, infructuosamente, hablar con la estatua cuando él no estaba, pero ya
no era lo mismo. ”No puedo describírtelo
con detalles… se había perdido el encantamiento de la estatua... ya no me
ayudaba... me había abandonado... debía defenderme sola”.
Manuel comprendió, tarde
pero seguro, que la escultura era casi como una extensión de mi alma y se valió
de ella para torturarme y consolidar sus pretensiones. La aferraba por la
cabeza, justo donde tenía la rotura, y se iba hasta el balcón fingiendo que la soltaba,
blandiéndola con la mano fuera de la baranda. Yo lloraba del pánico, del miedo
de imaginarme la estatua partida en mil pedazos. Al final mi paciencia caducó
hartándome de tanta tortura y mal trato. Él, enseguida, lo notó. ”Tenía un don especial para eso”. Entonces un día me llamó a la oficina diciendo
que yo ya no lo quería. “¿Qué
esperaba?... Qué pretendía…tenerme de por vida como su puchinball de cabecera”
Y que sus pretensiones eran tirar la estatua o destrozarla en mil pedazos con
la clara intención de que yo no pudiera arreglarla nunca mas. La amenaza
telefónica la derramó al mediodía y por la tarde yo estaba desmayada en el
escritorio de la oficina víctima del terror y un ataque de nervios. El miedo
recorría feroz mi cuerpo impidiéndome caminar de cómo me temblaban las piernas.
Con gran esfuerzo llegué a mi casa y la estatua no estaba en su lugar de
costumbre. Manuel la había escondido y me extorsionaba pretendiendo
entregármela sana únicamente si hacíamos el amor como él ansiaba, con su forma
tan brutal y unilateral de hacerlo.
Aquello se repitió de
distintas maneras. Utilizaba la escultura para solventar todos sus deseos.
Hasta llegó a violarme con la estatua colgada de la lámpara del techo
bamboleándose de un lado para otro. “Las
últimas veces no había mucha diferencia entre las verdaderas violaciones
tampoco” Era terrible. ”Usted siempre
supo la manera de salvarme... y no me ayudó... toda mi vida tuve que
apañármelas sola… nadie estuvo ahí para darme una mano... nadie”
Un día le solicité a un
compañero de la oficina que me hiciera el favor de venir hasta casa y llevarse
la estatua de vuelta a la oficina. Le dije que viniera lo más rápido posible y
se la llevó en su auto antes de ir al trabajo. En el camino mi amigo se
accidentó; y sus familiares tuvieron que hospitalizarlo por unos cuantos días porque
quedó seriamente lastimado. La estatua se había salvado por milagro y una
semana después un familiar de mi compañero me la alcanzaba a mi casa. ”La malditas se resistía a salir de casa...
o sabía lo que iba a suceder y quería estar ahí cerca mío para ayudarme”
Ahí, casualmente, fue cuando
Manuel enloqueció hasta límites sobrehumanos. Prometió que me la regresaría a
la oficina para romperla de una vez por todas delante de mi cara y de paso
acabaría también con todos mis huesos. Pero solamente se sentó a esperar mi
llegada relamiéndose. Cuando llegue del trabajo jamás hubiera pensado tamaño
ensañamiento de su parte. Era un depravado, es cierto, pero creí que hasta ahí
alcanzaba su locura. Con saña había pintado la estatua de negro. Al parecer con
carbón. Me esperó desnudo con unos calzoncillos como única prenda. Al entrar
intenté esbozar unas sílabas, pero me tomó por la fuerza y empezó a pegarme con
el puño cerrado en el rostro y en las costillas con una precisión inusitada.
Los golpes, desmedidos contra mi humanidad, dejaron como corolario inmediato,
un evidente estado de embriaguez en mis sentidos. Inútilmente intenté detener a
Manuel con los brazos en alto, pero es imposible menguar la fuerza de un maremoto
con los brazos solamente. Grité. Grité lo mas fuerte que me permitieron mis
pulmones. El comenzó a desvestirme; si arrancarme la ropa con furia puede
llamársele desvestir. Todos creemos que la ropa cede enseguida de exigirla,
empero, la realidad, es menos benévola; se soporta un dolor terrible hasta
alcanzar el estado de rotura. Con la vista nublada y mis sentidos aletargados,
sin poder doblegar su demencial ataque: Manuel me tiró sobre la cama. Sin
percatarme me había arrastrado a los golpes hasta la habitación similar a una
locomotora arrastrando un auto por las vías al chocarlo; y sobre la cama, sin
poder defenderme, termino de desvestirme. En ese momento ya no pude gritar mas.
Las trompadas me marearon. Nunca me había pegado de esa manera tan brutal.
Anteriormente se trataba de una necesidad sexual ahora, se podría decir, temía
por mi vida. ”Con todo lo que grité ese
día todavía no entiendo cómo se las habían apañado los vecinos para no escuchar
mis gritos... la gente se lava las manos cuando no se trata de su vida... yo
tampoco era muy buena vecina que digamos”. Manuel salió de la habitación y
volvió a entrar al rato mientras yo trataba de juntar fuerzas. Traía la estatua
en sus manos. Se acercó a la cama; me puso de espaldas (ya no le costaba ningún
esfuerzo moverme), y gritó victorioso. Yo sentía como mi rostro explotaba
debido a los magullones; y ahí, exactamente, comprendí que debía hacer algo
para detenerlo. No comprendí cuál era su propósito. Todavía hoy no me es
imposible discernirlo. Manuel se hallaba excitado; se notaba en su calzoncillo.
Gritaba de alegría. Tomó la estatua gritando, pero un golpe salvador se escuchó
desde la puerta de entrada; golpes característicos de cuerpos abalanzándose
bestialmente contra la puerta, intentando derribarla. Manuel, desorientado,
creyendo que yo estaba inutilizada: soltó la estatua sobre la cama y se paró en
la puerta de la pieza. Supongo que por su mente desfilaba la pregunta obvia de
si continuaba con su acto o procuraba vestirse y ocultar todo.
No pudo pensarlo mucho.
“Es curioso como una extrae fuerzas de donde ya
perecieron… mi vida estaba en juego y mi espíritu actuó acorde a la situación”.
Entonces le partí al cabeza
con la estatua. La demencia del golpe, sumado a mis endebles fuerzas terminó
por vencerme. No pude sostener la estatua, tampoco mi cuerpo dolorido y los
tres caímos sobre el piso. Manuel agonizando, temblando, con un hilo de sangre
brillante lamiendo el piso; yo desvencijada contra la mesita de luz (último
objeto que vi ese día) y la estatua cayendo ruidosamente contra el piso;
partiéndose en mil pedazos. No sé por qué se rompió así. No estaba tan alta
cuando la solté. Aguanté todo lo posible hasta caer con ella. Probablemente
estaba vieja y frágil y se hizo añicos; quedo hecha polvo. Como deseaba Manuel.
Debe haber caído de costado por eso se destrozó tanto.
“Como lloré al despertar sin la estatua... no fue mi
culpa... mejor... tuve suerte que se hiciera añicos... no hubiese soportado
verla toda remendada”.
Mas tarde, gracias a los
vecinos, ni siquiera me llevaron para declarar; todo lo contrario: me recuperé
en un hospital. Manuel dilapido unos
años en la cárcel dado que los vecinos del departamento declararon en su contra.
Casi no sobrevivió al golpe. ”No sé
porque siguió vivo... el mundo no precisa de personas como él”. Enterré el polvo y los pedazos de la estatua
en Palermo. “Otra cosa que no entiendo por
qué hice”. Lo increíble de todo es que todo lo que me sucedió en la vida fue
instantáneo sin que yo pudiera hacer algo para torcer el camino, o volver
atrás, o intentar presagiarlo.
Usted bien sabe cuánto costó
recuperarme. Años de terapias. Días de desazón. Manuel, la estatua. Cosas que
sucedieron vertiginosamente, profundamente. Pero igual todo tiene cura. Todos
tenemos nuestra oportunidad. Aunque con Manuel la pasé mal: a veces no puedo
olvidarme de él. ”Odiaba cuando me pegaba…
pero cuando nos reconciliábamos era fantástico... no sé si eran los nervios o
la crudeza de los actos sexuales con Manuel, pero a veces me gustaban... no puedo negármelo... desde ya que nunca
disfruté como con mi primer marido, Carlos, él era suave, comprensivo… Manuel
era un pervertido en potencia... por suerte ya superé lo de la estatua...
fueron años de mucho esfuerzo... ahora debo aprovechar lo que tengo a mano...
sé que el amor va a llegar a mi vida y esta vez, espero, por la puerta chica...
no me voy a apresurar... tengo trabajo, un techo, una hija que me perdonó… qué
más puedo pedir”
De la estatua no hago más
que reírme por mis actos, no les encuentro explicación. Tanta vida en vano
derramada en el viento. Si Ud. encuentra explicaciones espero que algún día se
tome el trabajo de aclarármelas; tenemos mucho tiempo y Ud. el conocimiento.
Espero que el cariño no me esquive la próxima vez y por lo menos venga
saludable. Creo haber pagado con un exagerado dolor tanta estupidez. Ahora voy
a terminar porque tengo un compromiso ineludible. Mi hija, fiel a su perfección
acostumbrada, me perdonó y viene esta noche a comer a casa. Ella no lo sabe y
se va a encontrar con la sorpresa. Estoy viéndome con Sebastián: el dulce
compañero de oficina que chocó por hacerme un favor. No es nada seguro todavía,
pero esta vez no pienso apurarme, ni preguntarle a las piedras.
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Muy interesante historia. No conozco a nadie con un caso parecido, pero me aterra de sólo pensarlo, jajaja. Personalmente, me encanta escribir, pero por motivos escolares dejé un poco esa costumbre y me dedico más a algunas noticias relevantes de la actualidad, de las cuales brindo opiniones personales.
ResponderBorrarAdmiro tu trabajo. Seguí así y suerte con la novela.
Saludos.
Muchas gracias por tus palabras. Tampoco conozco alguien asi pero hay personas que se obecionan y mucho por algun objeto, algunos coleccionistas rayan la linea un poco. Escribi cuano puedas que nunca es tarde para hacer algo que nos gusta, ademas esta ese dicho de que el lector vive varias vidas, imaginate el escritor..
BorrarHola muy lindo lo que escribes y quisiera pedirte unos consejos siempre soñé en escribir y hoy tengo la posibilidad hay paginas donde te asesoran y puedes escribir un libro virtual gratuito solo quisiera saber como puedo empezar tengo mi dibujo para la carátula y el nombre mi libro sera de testimonios y pondré de otras mujeres también que me autorizan poner su testimonios eso también tengo que hacer con abogado o así no mas y me hablan sobre patentar no se si mi libro o el nombre ya me estoy desanimando espero tu opinión que sera de gran ayuda para mi gracias bendiciones
BorrarMe pareces muy buena como escritora, sabes meter en el personaje al lector.Comparto la opinion de Gianfranco,yo jamas conoci a nadie asi,pero creo que sabes mucho de escribir.El genero no es de mi predileccion,aunque creo que es interesante,prefiero la lectura que me saque de todos los problemas del dia a dia.Te deseo exito,pues se que este tipo de relatos tiene muchos adeptos ,ademas no se apartan de la triste realidad de muchas personas ,buena semana para ti bs
BorrarGracias Maria Cristina por tus palabras de los comentarios y las criticas vivimos los escritores. Te comento que soy escritor Daniel La Greca quiza fue un error al comentar y sabes que soy escritor, ojo no es reproche solo una aclaración. Buena semana para ti también.
BorrarMuy interesante historia. No conozco a nadie con un caso parecido, pero me aterra de sólo pensarlo, jajaja. Personalmente, me encanta escribir, pero por motivos escolares dejé un poco esa costumbre y me dedico más a algunas noticias relevantes de la actualidad, de las cuales brindo opiniones personales.
ResponderBorrarAdmiro tu trabajo. Seguí así y suerte con la novela.
Saludos.
Hola me puedes por favor ayudar deseo desde hace muchos años y hoy se me presenta la oportunidad de escribir un libro y hay una pagina gratuita creo que se puede hacer libros virtuales solo que pare de hacerlo cuando en una parte tenia que ir al abogado no se de eso sera por el nombre del libro o la carátula y yo quiero poner mi dibujo y mi nombre en el libro el que elegí y mi libro es sobre testimonios de nuestra vida y voy a poner testimonios de otras personas y la verdad no se ni como empezar me ayudas por favor gracias y bendiciones muy interesante lo que escribes me gusto lo que leí sigue adelante
ResponderBorrarBien gracais Carmen Rosales Arevalo. Con respecto al titulo una ves que lo registras ya no hay problemas incluso puede ser que haya un igual pero no hay problemas el contenido es el tema. Con respecto a las imagenes. Yo hice la tapa d mi novela y de mi libro de pomas con imágenes que baje de pixabay ahi están con derechos compartidos o sea podes usarlo para tu libro. Si la imagen es tuya, logico, es tuya pero registrarla también. Yo te digo que esta safecreative para registrar novelas y libros incluso la tapa. Ahi pones todo el genero y una breve reseña y subís un archivo con el trabajo o escrito y listo. Si todavía no eta terminado no importa subís algo igual después lo actualizas. Con respecto a la creación el tema es escribir y escribir poner unas horas por día y hacerlo y cuando no tomar notas. En mi caso la novelas las escribí dándole a partes o escenas un nombre o situación después lo uní todo. O sea una parte podría ser ella llega a la casa así se llamaba el doc y era la escena o la situación esa justamente. Y para terminar, las biografiás o testimonios hay que decidir si va ser puro relato o con dialogo, yo recomiendo con diálogos porque son mas llevaderos.
ResponderBorrarhola Daniel, ,muy interesante historia, es una de muchas tantas realidades en diferentes tenores de violencia,cuya victima es incapaz de soltar por temor a la soledad o quizás un enfermizo acostumbramiento confundido con amor. Un abrazo,felicitaciones
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