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domingo, 1 de marzo de 2015

La crueldad y el dolor a veces se esparcen como la ignorancia.



Si se pudiera cambiar algunas cosas y volver el tiempo atrás todo sería más fácil. Pero de encontrar la manera no todas las historias dependen solo de nosotros.



Piden queso le dan hueso


Imagínese usted madre el tiempo que hubiéramos aprovechado si no me hubiese mezquinado el cariño como lo hizo.  Si en esas tardes encerrado en mi pieza, usted hubiese aparecido para abrazarme. Porque casi no recuerdo ni el aroma, ni el calor de sus abrazos, ni de sus besos; aunque sé que por momentos intentó parafrasear una figura de madre, pero era mejor el silencio que esos tímidos brazos cruzándome la espalda, temblando no sé por qué razón, si yo no la iba a comer; si yo la  necesitaba. Cuánto amor perdimos madre, amor que nunca más vamos a recuperar si usted no hubiera acunado aquel desinterés hacia mí metida en sus propios terrores, sin buscar ayuda, encerrada constantemente en el insondable abismo de su desesperación, en el agudo dolor de su desdicha.

¿Por qué razón me hizo partícipe de esa injusticia del destino, madre, si no era mi culpa?; y mucho menos suya para lastimarse de esa manera tan desoladora. Le pido perdón por no comprenderla, por no ayudarla en esas horas que no habrán tenido fin y perdieron todo principio; por esa hediondez del destino que nos arrebató lo más querido; lo más necesitado por ambos; que se llevó al viejo; que me lo arrancó por nada.

Recuerde aquellas horas felices en que formábamos una familia a prueba de tormentas, pero con las velas necesarias para poder volar. Esas mañanas en que veía salir el sol justo después de su sonrisa; con el olor a tostadas, con  ese aroma inconfundible de familia. Aquellos sábados, se acuerda, que salíamos tempranito con el viejo al parque para jugar al fútbol; y formábamos los arcos con montículos de ropa que iban creciendo conforme tomábamos calor. La recuerdo sentada todo el tiempo como una estatua, como un  hincha mudo, ahí, mirando como nosotros jugábamos enloquecidos; como nos revolcábamos por el pasto hasta ensuciarnos la ropa; sólo para que usted la tuviera que lavar más tarde con  todo su cariño. Y mientras comíamos sentados en el suelo, rodeados de vida, usted y el viejo se besaban, se acariciaban  repitiéndose mil veces cuanto se querían; y el viejo me atraía hacia ustedes; me zarandeaba la cabeza expresando lo orgulloso que estaba  de mí.

Recuerdos solo recuerdos aquellos porque usted se encerró casi de repente en su espíritu y nunca más derramó un poquito de amor hacia mí sin que yo pudiera entenderlo. Cuanto la odiaba por eso, porque yo también había perdido un padre, yo también lo necesitaba y usted me abandonó a soportar todo aquel dolor solo. Sin embargo: recogiendo unos pocos hilos del pasado para no cometer los mismos errores, le pido perdón por no haberla entendido antes; con el tiempo suficiente como para haber salvado nuestro amor o, por lo menos, desconocido aquel resentimiento.

Pero entiéndame usted por favor también a mí madre, ya no podía vivir en esa casa, me faltaba el viejo; el viejo que me enseñaba sólo con una mirada; con pocas palabras; con sus retos que imponían respeto. Para colmo de su falta, usted,  repentinamente dejo de quererme, y la casa perdió el aroma de las tostadas, perdió el sonido de su bullanguera limpieza, del sol adulador y el encantamiento de su sonrisa. 

Cómo esperaba que la entendiera si ya no me permitió invitar nunca más a mis compañeros; sí ni siquiera me permitía salir de la casa sin entender, usted, que me asfixiaba ahí dentro; que los chicos asomaban sus caras por la ventana de la pieza y se preguntaban, (me preguntaban), ¿Por qué razón no podía ir a jugar con ellos? Y nunca pude darles una mísera respuesta. Y cuanto me dolía el encierro y mucho más porque no tenía razón de ser si yo me portaba bien. Cuanto lloraba y ninguno de los dos aparecía para consolarme. Para peor: era por usted madre que estaba  encerrado y vivía en mi pieza mirando televisión, añorando la plaza; porque usted tenía pánico de que yo saliera y nunca supe sus razones.

Como comprendo, ahora, que a usted le dolía más que a mí. Como perdonarme por no intuir, siquiera, el volumen de su dolor, si juntos lo hubiéramos superado. Entiéndame yo era chico y me ocultaban la verdad, entiéndame y perdóneme madre.

No comprendí por qué razón, también, abandonamos las reuniones familiares cuando el viejo se fue, si usted siempre creyó que él iba a volver; mire si regresaba un domingo y no veía la familia reunida; si no estaban los ravioles a punto como a él le gustaban y se enojaba. Para peor usted dormía de día como si le tuviera miedo a la noche y cuando estaba despierta parecía  un  zombi, un despojo de madre. Dormía tirada en el sofá del living; esperando al viejo supongo; arruinándose la espalda que le protestaba sin resquicio de alivio a toda hora; y solo salía para hablar con algunas personas; para solicitar favores; o eso decía.

Nunca advertí, hasta ahora, las pesadillas que me asaltaban por las noches y usted no acudía a mi lado para consolarme, para contarme un cuento como cuando era más chico y le tenía miedo al cuco. Cuanto la odiaba por eso. 

Pero ahora sé que usted soportaba la misma pesadilla cuando dormía de día y se quejaba tanto. Gemía tan feo que me causaba pánico acercármele para despertarla. Esa pesadilla donde yo no pude hacer nada por el viejo y se lo terminaron llevando a los empujones, a las trompadas, a los palazos y a usted y a mí nos tiraron boca abajo en el living mientras gritaban que no habíamos visto nada, que cerremos los ojos, que después nos lo traerían y lo devolvieran al terminar de hacerle unas preguntas; mientras yo la vi, a usted madre, intentando pararse y con uñas y dientes, con las  manos esperanzadas, con los huesos rotos, tratando que no se lo llevaran al  viejo esos hombres grandotes, vestidos de soldados algunos, que le daban cachetadas y patadas en los riñones como si usted fuese un muñeco inflable de esos que siempre se  mantienen parados; y, créame madre, así fue de verdad, por nada del mundo lograron que usted se quedara quieta y dejara de gritar y de patalear y lo único que yo pude hacer fue paralizarme del miedo cuando uno de los hombres me arrancó de la cama, zarandeándome y gritando: "Pendejo de mierda si gritas lo reventamos a tu padre y no lo ves nunca más"; y se puso a rebuscar entre mis cosa vaya a saber uno qué: tirando mis juguetes y rompiendo otros; incluso el castillo de “rastri” que tanto me había costado armar y que me había regalado el viejo. No pude detenerlos mientras lo secuestraban madre; perdóneme. Al final, las lágrimas, no me permitieron ver por completo el gesto de terror del viejo, su cara desfigurada  por el pánico, pero a tientas  vi su brazo madre intentando alargarse hasta el infinito para aferrarlo a nosotros.

Perdóneme por no entenderla antes, pero usted me dijo que él volvería; no me explicó la verdad. Y yo, por alguna  razón, por algún mecanismo inconsciente, me olvide de aquello, creyendo que se trataba de  una  maldita pesadilla. Es que jamás podría creer que fuera verdad; que alguien tuviera la maldad necesaria como para arrebatarme al viejo así de mi corazón. Usted me ocultó la verdad previniendo que algunos dirían: "y algo habrá hecho", pero mi padre no puede haber hecho nada malo para que se lo llevaran así de mi lado. Yo lo conocía bien, le aseguro.

Le pido perdón por no haber comprendido sus razones para no permitirme ver los partidos del mundial. No entendía cuando decía que la gente se olvida rápido de todo cuando está feliz por algo ajeno a lo cotidiano. Porque usted opinaba que el mundial era una trampa para ocultar a los malos y sus maldades; y ahora entiendo que quería decir con eso; y quienes eran los malos y quienes los malditos.

Discúlpeme madre, pero ahora soy yo al que no le interesa ver este nuevo mundial de fútbol. Porque mientras todos están saltando locos de alegría, yo, sin ravioles, sin el viejo: voy a estar aquí, a su lado madre; a su lado en este hospital roñoso; al costado de su cama; y si alguien viene a  quitármela a los golpes, no lo voy a permitir, porque ya estoy un poco más grandecito y sé que el  viejo me va a ayudar desde allá donde este. Sé que le duele mucho el estómago por las pastillas que se tomó ayer al  enterarse por ese Coronel conocido suyo que el viejo ya no iba a regresar jamás; que no estaba en ninguna lista de esas que tienen ellos; y como escuché que decía el tío: "tirado en algún rio, lleno de golpes y  ronchas".

Rodeado de aguas mudas, frías; gritando sin gritar, llorando sin llorar, muerto sin morir.

Mamá ahora lo entiendo: el infierno no es lo que creemos, no son las llamas, ni los azotes, ni la expiación o un lugar maldito. El infierno es esta amargura infinita, este dolor enclavado para siempre en nuestras almas; y el olvido; y el frío doloroso de un ataúd sin cuerpo, de un velorio sin un muerto.

Mama no me dejes tú también; sentí el calor de mi mano en la tuya. Sé que no pudiste resistir la última verdad porque abrigabas la esperanza que el viejo algún día iba a regresar, con su mirada de respeto, sus besos y el futbol y los ravioles.

Mama no me abandones tú también; respirá, respirá por favor, no me dejes solo; respirá que no quiero tener los ojos llenos de lágrimas para siempre.

Respirá por favor.


 




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Piden queso le dan hueso por Dabiel Ramon La Greca se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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