Si se
pudiera cambiar algunas cosas y volver el tiempo atrás todo sería más fácil. Pero
de encontrar la manera no todas las historias dependen solo de nosotros.
Piden queso le dan hueso
Imagínese usted madre el tiempo que hubiéramos
aprovechado si no me hubiese mezquinado el cariño como lo hizo. Si en
esas tardes encerrado en mi pieza, usted hubiese aparecido para abrazarme.
Porque casi no recuerdo ni el aroma, ni el calor de sus abrazos, ni de sus
besos; aunque sé que por momentos intentó parafrasear una figura de madre, pero
era mejor el silencio que esos tímidos brazos cruzándome la espalda, temblando
no sé por qué razón, si yo no la iba a comer; si yo la necesitaba. Cuánto
amor perdimos madre, amor que nunca más vamos a recuperar si usted no hubiera
acunado aquel desinterés hacia mí metida en sus propios terrores, sin buscar
ayuda, encerrada constantemente en el insondable abismo de su desesperación, en
el agudo dolor de su desdicha.
¿Por qué razón me hizo partícipe de esa injusticia del
destino, madre, si no era mi culpa?; y mucho menos suya para lastimarse de esa
manera tan desoladora. Le pido perdón por no comprenderla, por no ayudarla en
esas horas que no habrán tenido fin y perdieron todo principio; por esa
hediondez del destino que nos arrebató lo más querido; lo más necesitado por
ambos; que se llevó al viejo; que me lo arrancó por nada.
Recuerde aquellas horas felices en que formábamos una
familia a prueba de tormentas, pero con las velas necesarias para poder volar.
Esas mañanas en que veía salir el sol justo después de su sonrisa; con el olor
a tostadas, con ese aroma inconfundible de familia. Aquellos sábados, se
acuerda, que salíamos tempranito con el viejo al parque para jugar al fútbol; y
formábamos los arcos con montículos de ropa que iban creciendo conforme
tomábamos calor. La recuerdo sentada todo el tiempo como una estatua, como
un hincha mudo, ahí, mirando como nosotros jugábamos enloquecidos; como
nos revolcábamos por el pasto hasta ensuciarnos la ropa; sólo para que usted la
tuviera que lavar más tarde con todo su cariño. Y mientras comíamos
sentados en el suelo, rodeados de vida, usted y el viejo se besaban, se
acariciaban repitiéndose mil veces cuanto se querían; y el viejo me
atraía hacia ustedes; me zarandeaba la cabeza expresando lo orgulloso que
estaba de mí.
Recuerdos solo recuerdos aquellos porque usted se
encerró casi de repente en su espíritu y nunca más derramó un poquito de amor
hacia mí sin que yo pudiera entenderlo. Cuanto la odiaba por eso, porque yo
también había perdido un padre, yo también lo necesitaba y usted me abandonó a
soportar todo aquel dolor solo. Sin embargo: recogiendo unos pocos hilos del
pasado para no cometer los mismos errores, le pido perdón por no haberla
entendido antes; con el tiempo suficiente como para haber salvado nuestro amor
o, por lo menos, desconocido aquel resentimiento.
Pero entiéndame usted por favor también a mí madre, ya
no podía vivir en esa casa, me faltaba el viejo; el viejo que me enseñaba sólo
con una mirada; con pocas palabras; con sus retos que imponían respeto. Para
colmo de su falta, usted, repentinamente dejo de quererme, y la casa
perdió el aroma de las tostadas, perdió el sonido de su bullanguera limpieza,
del sol adulador y el encantamiento de su sonrisa.
Cómo esperaba que la entendiera si ya no me permitió
invitar nunca más a mis compañeros; sí ni siquiera me permitía salir de la casa
sin entender, usted, que me asfixiaba ahí dentro; que los chicos asomaban sus
caras por la ventana de la pieza y se preguntaban, (me preguntaban), ¿Por qué
razón no podía ir a jugar con ellos? Y nunca pude darles una mísera respuesta.
Y cuanto me dolía el encierro y mucho más porque no tenía razón de ser si yo me
portaba bien. Cuanto lloraba y ninguno de los dos aparecía para consolarme.
Para peor: era por usted madre que estaba encerrado y vivía en mi pieza
mirando televisión, añorando la plaza; porque usted tenía pánico de que yo saliera
y nunca supe sus razones.
Como comprendo, ahora, que a usted le dolía más que a
mí. Como perdonarme por no intuir, siquiera, el volumen de su dolor, si juntos
lo hubiéramos superado. Entiéndame yo era chico y me ocultaban la verdad, entiéndame
y perdóneme madre.
No comprendí por qué razón, también, abandonamos las
reuniones familiares cuando el viejo se fue, si usted siempre creyó que él iba
a volver; mire si regresaba un domingo y no veía la familia reunida; si no
estaban los ravioles a punto como a él le gustaban y se enojaba. Para peor
usted dormía de día como si le tuviera miedo a la noche y cuando estaba
despierta parecía un zombi, un despojo de madre. Dormía tirada en
el sofá del living; esperando al viejo supongo; arruinándose la espalda que le
protestaba sin resquicio de alivio a toda hora; y solo salía para hablar con
algunas personas; para solicitar favores; o eso decía.
Nunca advertí, hasta ahora, las pesadillas que me
asaltaban por las noches y usted no acudía a mi lado para consolarme, para
contarme un cuento como cuando era más chico y le tenía miedo al cuco. Cuanto
la odiaba por eso.
Pero ahora sé que usted soportaba la misma pesadilla
cuando dormía de día y se quejaba tanto. Gemía tan feo que me causaba pánico
acercármele para despertarla. Esa pesadilla donde yo no pude hacer nada por el
viejo y se lo terminaron llevando a los empujones, a las trompadas, a los
palazos y a usted y a mí nos tiraron boca abajo en el living mientras gritaban
que no habíamos visto nada, que cerremos los ojos, que después nos lo traerían
y lo devolvieran al terminar de hacerle unas preguntas; mientras yo la vi, a
usted madre, intentando pararse y con uñas y dientes, con las manos
esperanzadas, con los huesos rotos, tratando que no se lo llevaran al
viejo esos hombres grandotes, vestidos de soldados algunos, que le daban
cachetadas y patadas en los riñones como si usted fuese un muñeco inflable de
esos que siempre se mantienen parados; y, créame madre, así fue de
verdad, por nada del mundo lograron que usted se quedara quieta y dejara de
gritar y de patalear y lo único que yo pude hacer fue paralizarme del miedo
cuando uno de los hombres me arrancó de la cama, zarandeándome y gritando:
"Pendejo de mierda si gritas lo reventamos a tu padre y no lo ves nunca
más"; y se puso a rebuscar entre mis cosa vaya a saber uno qué: tirando
mis juguetes y rompiendo otros; incluso el castillo de “rastri” que tanto me
había costado armar y que me había regalado el viejo. No pude detenerlos
mientras lo secuestraban madre; perdóneme. Al final, las lágrimas, no me
permitieron ver por completo el gesto de terror del viejo, su cara
desfigurada por el pánico, pero a tientas vi su brazo madre
intentando alargarse hasta el infinito para aferrarlo a nosotros.
Perdóneme por no entenderla antes, pero usted me dijo
que él volvería; no me explicó la verdad. Y yo, por alguna razón, por
algún mecanismo inconsciente, me olvide de aquello, creyendo que se trataba
de una maldita pesadilla. Es que jamás podría creer que fuera
verdad; que alguien tuviera la maldad necesaria como para arrebatarme al viejo
así de mi corazón. Usted me ocultó la verdad previniendo que algunos dirían:
"y algo habrá hecho", pero mi padre no puede haber hecho nada malo
para que se lo llevaran así de mi lado. Yo lo conocía bien, le aseguro.
Le pido perdón por no haber comprendido sus razones
para no permitirme ver los partidos del mundial. No entendía cuando decía que
la gente se olvida rápido de todo cuando está feliz por algo ajeno a lo
cotidiano. Porque usted opinaba que el mundial era una trampa para ocultar a
los malos y sus maldades; y ahora entiendo que quería decir con eso; y quienes
eran los malos y quienes los malditos.
Discúlpeme madre, pero ahora soy yo al que no le
interesa ver este nuevo mundial de fútbol. Porque mientras todos están saltando
locos de alegría, yo, sin ravioles, sin el viejo: voy a estar aquí, a su lado
madre; a su lado en este hospital roñoso; al costado de su cama; y si alguien
viene a quitármela a los golpes, no lo voy a permitir, porque ya estoy un
poco más grandecito y sé que el viejo me va a ayudar desde allá donde
este. Sé que le duele mucho el estómago por las pastillas que se tomó ayer
al enterarse por ese Coronel conocido suyo que el viejo ya no iba a regresar
jamás; que no estaba en ninguna lista de esas que tienen ellos; y como escuché
que decía el tío: "tirado en algún rio, lleno de golpes y
ronchas".
Rodeado de aguas mudas, frías; gritando sin gritar,
llorando sin llorar, muerto sin morir.
Mamá ahora lo entiendo: el infierno no es lo que
creemos, no son las llamas, ni los azotes, ni la expiación o un lugar maldito.
El infierno es esta amargura infinita, este dolor enclavado para siempre en
nuestras almas; y el olvido; y el frío doloroso de un ataúd sin cuerpo, de un
velorio sin un muerto.
Mama no me dejes tú también; sentí el calor de mi mano
en la tuya. Sé que no pudiste resistir la última verdad porque abrigabas la
esperanza que el viejo algún día iba a regresar, con su mirada de respeto, sus
besos y el futbol y los ravioles.
Mama no me abandones tú también; respirá, respirá por
favor, no me dejes solo; respirá que no quiero tener los ojos llenos de
lágrimas para siempre.
Respirá por favor.
Piden queso le dan hueso por Dabiel Ramon La Greca se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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